El ocaso de la democracia

El ocaso de la democracia

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Durante muchos años en Colombia sentimos la democracia como algo dado. Imperturbable. Suponemos que esta forma de regir la vida es la que comparte la mayoría de los seres humanos. Suposición errónea. Para comenzar, la nuestra es una democracia frágil, maleable hacia estilos de gobierno autoritarios o dictatoriales. Ampliando el espectro, solo el 8% de la población mundial vive en una democracia plena; entretanto, casi el 40% de las personas llevan su día a día en medio de gobiernos autoritarios, de acuerdo con el EIU’s Democracy Index que elabora anualmente The Economist.

Si a lo anterior le agregamos que América Latina lleva 8 años consecutivos perdiendo puntos en este índice, el panorama es, francamente, preocupante. El mundo tampoco es que esté mejor y ese deterioro se debe, en buena medida, al aumento en eventos violentos y medidas represivas que se adelantan en países que no son democráticos, pero ¿cómo influye esto en los que sí lo son? pues, que estas acciones debilitan las instituciones democráticas, como ocurre hoy en Ucrania; también, porque legitiman a personajes con espíritus autoritarios, como el caso de Bukele o Trump. Las personas parecen estar más dispuestas a aceptar la erosión de las normas democráticas y las libertades civiles a cambio de mayor seguridad, olvidando que lo segundo se puede obtener sin sacrificar lo primero.

Un caudillo siempre buscará una excusa para perpetuarse en el poder. Las dictaduras hoy no se dan por medio de golpes de Estado. Ese proceso se ha refinado. Los déspotas entienden que la eternidad se logra por medio de pequeñas medidas autoritarias que supriman gradualmente la democracia. En esa línea va el hecho de desconocer la autonomía universitaria, ambientar un proceso constituyente “en aras de la paz”, promover el caos interno, como Gustavo Petro, o instalar narrativas que aboguen por una “nueva democracia”, como recientemente proclamaba Irene Vélez, la filósofa que piensa que el conocimiento no es tan importante como las ‘ganas de aprender’ al momento de ejercer cargos relevantes para una nación, como un ministerio o un consulado.

Estas medidas socaban la confianza y esa pérdida se convierte en un problema estructural. El silencio o la indiferencia tácita a estas medidas van apagando los fundamentos sobre los que elegimos gobernar y ser gobernados. Si queremos vivir en una sociedad que pueda tener participación y representación, donde se protejan los derechos y las libertades, se promuevan los deberes, si buscamos que los gobernantes rindan cuentas, fomenten el pluralismo y el desarrollo económico, entre muchas otras bondades, debemos esforzarnos para que la democracia se perpetúe como la mejor forma de gobierno.

La democracia, como lo afirman Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su último libro ‘Tyranny of the minority’, es el sistema en el que los partidos políticos pierden elecciones, pero garantiza que existan. Ante las sombras del autoritarismo debe brillar aún más la democracia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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