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Miguel Silva

El Nuevo Liberalismo: mi versión

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Esta es una columna no apta para quienes se han subido al bus que desea y proclama la muerte, la segunda muerte, del Nuevo Liberalismo. A ese bus ya se subió gente que dice estar decepcionada del partido (respetable) y otra que no votó por el partido y que nunca le ha gustado (oportunistas). A ese bus no me subiré. En cambio, esta columna puede resultar apta para quienes reivindiquen la necesidad de una fuerza política centrista en Colombia.

Guardo un cariño especial por el Nuevo Liberalismo. No es un cariño de ocasión. Es un cariño de más de dos décadas. Desde mis tiempos del colegio, cuando poco a poco descubría mi pulsión vital por la política. Ya en la universidad la lectura del “El profeta en el desierto” de Alonso Salazar, de los cuadernos que publicó el Nuevo Liberalismo en la década de los ochenta y de distintos textos de historia en los que se reconoce el papel que jugó el partido como precursor de la Constituyente de 1991, me hicieron militante, así el partido no existiera.

Por eso, el año pasado, cuando la Corte Constitucional ordenó el restablecimiento de la personería jurídica del Nuevo Liberalismo, lo celebré como un sueño cumplido. Ese mismo día, un amigo me dijo: ahora viene lo difícil. No sabía con exactitud a qué se refería, pero ahora sé que tenía razón. El camino de hacer partido es difícil y hasta doloroso, incluso en lo personal.

En los primeros días de agosto del 2021, luego de varios años de disputa jurídica, liderada por un grupo de demandantes (Fernando Galindo González, Cecilia Fajardo Castro, Rafael

Amador Campos, Andrés Talero Gutiérrez, Gloria Pachón de Galán y José Corredor

Núñez), la Corte Constitucional emitió un comunicado (No. 29) en el que manifiesta que por unanimidad dicho tribunal había decidido amparar el derecho fundamental a fundar o constituir partidos políticos y le ordenaba al Consejo Nacional Electoral reconocer la personería jurídica del Nuevo Liberalismo.

Sin embargo, el comunicado no era suficiente. Se necesitaba el texto de la sentencia y su notificación para que comenzara a tener efectos jurídicos. La sentencia se conoció hasta finales de octubre, es decir, a mes y medio del cierre de inscripción de listas para participar en las elecciones de marzo de 2022. En un proceso contrarreloj, se logró armar una lista al Senado, cerrada y cremallera, lo cual garantizaba que, en caso de obtener curules, la representación sería paritaria. También se logró presentar algunas listas a la Cámara y avalar algunas candidaturas en listas de coalición.

La expectativa era alta y dependíamos del voto de opinión. No contábamos ni con el tiempo ni con las millonadas de otras listas. No lo logramos. La lista al Senado no alcanzó el umbral y tan solo obtuvimos un escaño en Bogotá y uno en Caldas. Nuestro candidato presidencial, Juan Manuel Galán, ocupó el segundo lugar en la consulta de la Coalición Centro Esperanza, con medio millón de votos, pero a la coalición en su conjunto no le fue bien. El escenario era adverso y nuestros competidores lo hicieron mejor.

Luego de la derrota algunas personas decidieron apartarse de la decisión de acompañar la candidatura de Sergio Fajardo. Unos se fueron para donde Gutiérrez y otros para donde Petro. Después vino la segunda vuelta y algunos decidieron apartarse de la decisión de apoyar la candidatura de Rodolfo Hernández. Y algunos decidieron ir más allá y presentaron su renuncia poniendo fin a su brevísima (de algunos meses) militancia en el Nuevo Liberalismo. Otros, como Rodrigo Lara, aprovechando el ruido mediático, renunciaron sin siquiera haber llegado a hacer parte del partido.

En un proyecto colectivo es indeseable, incluso casi imposible, que se presente unanimismo, especialmente en un partido que se reconoce como centrista y que, por consiguiente, se constituye en el punto de encuentro de distintas variantes moderadas del espectro político.  Por eso he reafirmado en varios espacios la importancia de respetar la decisión y los argumentos de quienes decidieron apartarse de las directrices del partido. El pluralismo debe preservarse.

Algunas de las personas que renunciaron lo hicieron porque entendieron que sus convicciones eran distintas a las del partido. Otras personas lo hicieron para no inhabilitarse y poder ocupar cargos directivos en el gobierno de Petro, cosa que solo podrían hacer hasta dentro de un año. Otras lo hicieron para poderse presentar por otros partidos en las elecciones del próximo año. Esa es la realidad de todos los partidos. Unos se van, otros se quedan. Sin embargo, es evidente la intención de algunos sectores políticos con acceso a medios de comunicación de declarar la segunda muerte del Nuevo Liberalismo.

Respeto a quienes se van y les deseo la mejor de las suertes en la defensa de sus causas, pero al mismo tiempo invito a quienes se quedan y a quienes quieran llegar, a que abandonemos la práctica de la negación del otro. Yo no creo que exista una única interpretación del legado del Nuevo Liberalismo de los ochenta o que en caso de existir constituya un argumento de autoridad para descalificar (negar) los argumentos de los demás.

A quienes no queremos que el Nuevo Liberalismo se declare gobierno, en términos generales nos han tratado de indignos. Dicen estar decepcionados de nosotros, o que no somos dignos de representar ese legado, pero en el fondo lo que sucede es que se niegan a aceptar que no estemos de acuerdo con ellos. Se niegan a aceptar que exista una interpretación del legado distinta de la que defienden.

El Nuevo Liberalismo debería declararse en independencia frente al gobierno de Petro, participando en las conversaciones del Acuerdo Nacional, apoyando iniciativas en las que coincidimos, pero sin hacer parte del gobierno, garantizando la posibilidad de ejercer la crítica públicamente y un efectivo control político. El Nuevo Liberalismo debe consolidarse como una fuerza política de carácter centrista, con autonomía y sentido propios, más allá del petrismo y del antipetrismo.

¿Por qué? Porque nuestras diferencias frente a Petro, las que nos llevaron a no apoyarlo en la segunda vuelta, aún persisten. En síntesis: a muchos nos preocupa que bajo las banderas del cambio social estén escondidas la profundización del clientelismo, la corrupción y el abuso del poder para perpetuarse en él. ¿Cuál será el precio de las reformas? ¿Estamos dispuestos a pagar cualquier precio?  

Una última reflexión, cuatro meses después de la derrota. En política y en la vida en general a nadie le gusta perder. Cuando aparece la derrota, lo más frecuente es culpar a los demás, o reclamar como propia una victoria ajena. Supongo que eso hace más llevadero el fracaso.

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