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Daniel Palacio

El nacionalismo es la borrachera de los pueblos

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"En Taiwán no hay tanto potencial de conflicto. La toma de la isla puede ser expedita y con poca resistencia, gracias a su aislamiento geográfico."

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El siglo XX vio el peor lado del nacionalismo. La mezcla de nacionalismo, carreras armamentistas, y el sistema de alianzas europeo empujó a Europa y al mundo a los conflictos más destructivos que se han visto. Cuando en 1945 se lanza la bomba atómica en dos ciudades japonesas, afirmó Albert Camus que “la sociedad mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo”.

Desde entonces ha reinado la Pax Americana, término que evoca la Pax Romana, ese largo periodo de paz cuando Roma copó las fronteras del mediterráneo. El dominio americano, aunque durante décadas contestado por la Unión Soviética, nos ha dado el privilegio de vivir en un mundo en el que los grandes conflictos nacionales no existen. 

Tal vez esto esté a punto de cambiar. Y así se siga cumpliendo la regla de oro del mundo con armas nucleares (que dos países con armamento nuclear no se confrontarán abiertamente porque la destrucción la tienen mutuamente asegurada), es sumamente preocupante que se plantee la posibilidad de conflictos abiertos entre grandes potencias, ya sea por Ucrania, ya sea por Taiwán.

En ambos frentes existen pretensiones claramente nacionalistas: para Rusia, la identidad histórica del pueblo ruso comienza en Kiev, el territorio ucraniano hizo parte del imperio ruso y luego de la Unión Soviética, constituyéndose al final como Estado independiente tras la disolución del gigante soviético. Una parte considerable de los ucranianos habla ruso, pero otra parte es ucranianófona y ve con recelo la influencia de Moscú, y en años recientes se ha acercado a la UE y la OTAN. 

En China, el gobierno comunista reivindica el dominio de la isla de Formosa, y hasta el día de hoy, en lo que es una aplastante labor diplomática, ha matoneado a todos quienes reconocen la autonomía taiwanesa. Enfrentados a la disyuntiva de hacer negocios con Taiwán, una nación pequeña aunque próspera, y comerciar con el segundo poder económico del mundo, eligen casi todos lo último, para horror de los taiwaneses, que con resignación ven los más frecuentes ejercicios militares de la China continental alrededor y sobre su isla.

No habrá conflicto nuclear, por una razón muy sencilla: a los eventuales invasores les importa mucho más el territorio ocupado que a Estados Unidos o Europa, que no quieren ser arrastrados a un apocalipsis atómico por cuenta de naciones lejanas en el este de Europa o en el pacífico.

Pero el potencial disruptivo de estas acciones es enorme y no debe ser ignorado. De suceder, la fragmentación y la animosidad entre las potencias será mucho mayor, y el desacoplamiento económico derrumbará uno de los incentivos materiales más poderosos para la paz: el comercio.

El conflicto mismo puede ser muy dañino. En Ucrania especialmente, la existencia de la OTAN y el hecho de compartir fronteras físicas con la UE crean un cóctel de alta peligrosidad. Rusia tiene un ejército superior en todo sentido, pero incluso si Ucrania realiza una retirada rápida, la convicción de luchar por conservar la tierra propia y el apoyo internacional a su causa pueden causar enorme daño a Rusia, especialmente si la lucha se alarga. El mismo pueblo ruso tiene poco apetito por una aventura militar allí, y el conflicto puede desembocar en la situación opuesta al conflicto en el Dombás: en vez de apoyar rebeldes contra un poder central, lo cual es relativamente barato, Rusia sería el ocupante defendiéndose de locales que van a contar con acceso a sofisticadas armas americanas o europeas. Es una ecuación perdedora, pues un lanzacohetes tumba helicópteros o un aviones, pero vale una fracción de su valor. Por último, las sanciones a la economía rusa no crearán mayores perturbaciones en el mundo (tal vez en los mercados de energía), pero sí al pueblo ruso.

En Taiwán no hay tanto potencial de conflicto. La toma de la isla puede ser expedita y con poca resistencia, gracias a su aislamiento geográfico. Nadie irá a la guerra nuclear con China por la isla. Pero ciertamente veremos el desacoplamiento económico, posibles alzas de precios en algunos productos, y el mundo dará el tránsito a zonas económicas menos interconectadas. La voluntad de los extranjeros para salir de China será mayor, con consecuencias imprevisibles para la economía y la diplomacia mundial. Pésimas noticias, pues ya la prosperidad de unos no tendrá que ver con la de los demás, y el aislamiento y la desconfianza entre zonas económicas redundará en mayor vulnerabilidad; los chinos verán cada vez menos a los extranjeros, los demás menos a los chinos, y la deshumanización del contrincante cabalgará en los medios de comunicación de ambas esferas. 

Más allá de las especificidades de cada conflicto, es evidente que estos conflictos no le sirven a nadie, que los ciudadanos rusos pueden sentir que Ucrania hace parte del mundo rusófono pero que esto no tiene nada que ver con la realidad geopolítica del momento, y que reclamar ese territorio generará confrontaciones que poco servirán al pueblo ruso, que ya vive con una moneda devaluada, una economía estancada, alto desempleo y bajos salarios, por cuenta de las sanciones posteriores a la toma de Crimea. 

Taiwán sería peor. A menudo se dice que China es diferente a Rusia, pues Beijing no se dedica sistemáticamente al sabotaje de las instituciones internacionales, a diferencia de sus contrapartes de Moscú, que han inventado la denominada “guerra híbrida” (desestabilización de los rivales evitando la confrontación abierta). A China le sirve el sistema multilateral, en él ha prosperado y se beneficia de su estabilidad. Pero si el gobierno de Xi decide invadir el territorio taiwanés, estaría dando un martillazo a ese sistema, destruyendo la confianza que exige una economía mundial altamente interconectada, perdiendo los frutos de décadas de apertura e integración.

Las dificultades económicas deberían ser suficiente como elemento disuasivo. Pero los errores de cálculo abundan, y el nacionalismo lo puede todo: exterminar pueblos, dividir aliados, destruir negocios.

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