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Uno de los reclamos de los libertarios económicos es la forma como, según ellos, el Estado vulnera el derecho a la libertad individual. La discusión sobre las funciones del Estado y sus límites tiene varios siglos, sin embargo, por cuenta de los autoritarismos de derecha que vienen recuperando fuerza recientemente, tenemos un nuevo capítulo de este debate. Algunas personas creen que el Estado es un enemigo. Lo describen como una especie de parásito que exprime a sus ciudadanos. Consideran que los impuestos son un robo. Sueñan con una sociedad de individuos atomizados, sin ninguna conciencia de lo colectivo.
Estas ideas, como dije, no son novedosas. Hacen parte del repertorio ideológico del fundamentalismo del libre mercado y la libre competencia. Margaret Thatcher, referente de la materia, dijo una vez: “no existe la sociedad, existen los individuos y sus familias”. Al negar la sociedad Thatcher niega también cualquier tipo de solidaridad social entre individuos. Los entiende como agentes que compiten en el mercado. No existe ningún tipo de vinculo relacional entre los seres humanos que no sea la competencia.
La actitud hostil frente al papel del Estado responde a una concepción del mercado como único mecanismo para la generación de bienestar, a una fe sobre su poder como entidad reguladora de la sociedad. Esta devoción por el mercado, como en cualquier otra religión, necesita de la aceptación de ciertos dogmas. El principal es la creencia de que los mercados son libres y casi siempre se autorregulan, de ahí que sea nociva la injerencia del Estado en su funcionamiento.
Ha-Joon Chang es uno de los economistas que más ha dedicado horas de trabajo en desmentir este presupuesto. Los mercados, como cualquier otra institución social, están construidos sobre la base de normas reguladoras que trazan sus límites. Lejos de ser espontáneos— o naturales como sostienen algunos feligreses— los contornos del mercado responden a disputas de poder entre sus protagonistas. Chang señala que “la historia del capitalismo ha sido también un pulso constante sobre los límites del mercado. Muchas cosas que hoy están por fuera del mercado —que consideramos no pueden venderse— lo están por una decisión política”. En ese mismo sentido, toda desregularización, toda eliminación de una regla, es también producto de una acción política. El mercado no es libre, nunca lo ha sido, y la existencia o no de normas que lo regulen obedece a una lucha de intereses, no a criterios objetivos.
Los dogmas tienen que ser irrefutables pues de su aceptación depende el sentido de la creencia. Los libertarios asumen al libre mercado como una verdad revelada y la defienden como cualquier otro creyente. Javier Milei, sacerdote de esa iglesia y candidato a la presidencia de Argentina dice cosas como que “si tuviera que elegir entre el Estado y la mafia, se quedaría con la mafia, porque la mafia tiene códigos, porque la mafia cumple, la mafia no miente, y sobre todas las cosas, la mafia compite”. No importa que una organización criminal regule la sociedad mientras que se acoja a los dogmas del libre mercado y la libre competencia.
Uno de los principales problemas de estas posiciones cercanas a la religión es su maniqueísmo. El Estado moderno, con sus fallas, es uno de los responsables del progreso de la humanidad. Pero de acuerdo con Milei y otros hombres y mujeres de fe libertaria, es el causante de todos los problemas, es el enemigo malvado que hay que acabar a través de la acción del todopoderoso y siempre benévolo mercado.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/