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Quiero hacer un par de reflexiones a raíz de la conmemoración del día de la tierra que se llevó a cabo ayer. Durante siglos, las distintas religiones pronosticaron el fin del mundo y de la humanidad con cataclismos y apocalipsis. Ninguno de sus presagios se cumplieron, y hoy por primera vez, vemos el verdadero fin del mundo en el horizonte: En septiembre de 2020 se instaló el “Tic, tac”, un reloj gigante en Nueva York que muestra el tiempo que queda para frenar el cambio climático, y la fecha a partir de la cual este será irreversible.

El Reloj Climático fue creado por artistas, científicos y activistas para concientizar sobre el tiempo de vida que le queda al planeta Tierra. A hoy, esa cifra equivale a 6 años, 89 días, 13 horas, 40 minutos y 13, 12, 11, 10 segundos (y descontando). 

El calentamiento global, la contaminación de los océanos y fuentes hídricas, la destrucción de los ecosistemas, la deforestación y la pérdida masiva de biodiversidad en el planeta hacen que cada día que pasa sea más urgente la apuesta por desarrollos no solo sostenibles sino además regenerativos. Frente a los diagnósticos y análisis no me detendré, pues son abundantes y están mucho mejor escritos de lo que yo jamás podría hacerlo en este espacio.

Por supuesto las acciones que cada persona realiza en su diario vivir son valiosas, necesarias y urgentes; sin embargo, esos pequeños esfuerzos poco valen si los grandes contaminantes y destructores del planeta no son puestos en cintura por decisiones valientes de los liderazgos del mundo.

Tengo muchas y muy profundas diferencias con el presidente Petro, durante la campaña fui un férreo crítico. Sin embargo, no pude estar más de acuerdo con el mensaje central de su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Con una narrativa creativa y una gran prosa, tuvo la capacidad de entrelazar los que, para mí, son los mayores desafíos de Colombia y de toda la humanidad: detener la destrucción de los ecosistemas y cambiar el enfoque de la fallida guerra contra las drogas.

Resalto en este punto su propuesta creativa y poderosa de canjear la deuda externa a cambio del cuidado de nuestras selvas, pulmones de todo el mundo. Y es que solo el año pasado, Colombia invirtió 75 billones de pesos en el pago de su deuda externa, un rubro que representó el 21,4% del Presupuesto General de la Nación. Esta tendencia se mantiene en el tiempo, y año tras año destinamos cerca de la quinta parte de nuestro presupuesto en el pago de la deuda externa. Luego aplaudo de pie la propuesta que Petro le hace al mundo: si no van a invertir en sus países para el cuidado del planeta, déjennos hacerlo a nosotros, libérennos esos casi 80 billones de pesos anuales, para que los invirtamos en la lucha contra la deforestación, en el cuidado de nuestras selvas.

Si en algo debemos enfocarnos como país es en esta materia. El camino correcto está en esa dirección, y no en la falacia que ha tratado de imponer la Ministra de Minas aduciendo que una reducción de nuestra industria petrolera es determinante para detener el cambio climático –como si la contaminación se generara donde de exporta el petróleo y no donde se consume–, más aún si se considera que las emisiones del país son inferiores al 1% de las emisiones del mundo.

Pasando al plano local, también tenemos acciones urgentes por realizar, sobre todo las relacionadas con nuestras cuencas hídricas y la regulación del ciclo del agua: debemos retomar y construir los planes de mitigación y adaptación de la ciudad al cambio climático, aclarando que aun cuando debemos persistir en mitigar el cambio climático, el desafío inmediato es la adaptación: podemos cambiar el territorio en el que cae el agua a través del POT, una herramienta poderosa que el próximo Concejo discutirá. Aquí un par de ideas que planteé en una columna de hace un tiempo:

  1. Medellín tiene un déficit habitacional enorme, lo que ha llevado a las personas a buscar hogar en las riberas de las quebradas. Luego la ciudad necesita con urgencia construir vivienda para trasladar en condiciones dignas a las familias más vulnerables que viven en zonas de alto riesgo. En las comunas 1 y 2 hay ejemplos exitosos que podemos replicar.
  2. La clave para mitigar el desbordamiento del río y las quebradas pasa por reducir la velocidad con la que una gota de agua baja desde la montaña hasta el Río. Para esto debemos implementar soluciones basadas en la naturaleza: Los bosques ralentizan el curso del agua, que cae en sus hojas, es absorbida por el suelo y retenida por las raíces, que evitan la saturación y la liberan lentamente hacia las quebradas cuando hace mucho calor. Luego necesitamos aumentar el área de parques, zonas verdes arborizadas y suelos blandos que actúen como esponjas urbanas que ayuden a frenar la furia del agua que escurre por las calles después de cada aguacero. Si en las laderas de Medellín existiera suficiente vegetación y suelos no intervenidos, el agua se filtraría y tardaría mucho más tiempo en llegar a los afluentes.
  3. Proteger el cinturón verde a través de parques lineales que sirvan como escudos protectores de las cuencas de quebradas. También es necesario des-canalizar y destapar muchas de ellas, dejándolas como corredores biológicos custodiados por árboles y vegetación resistente a las crecientes. Además, debemos actualizar los estudios hidrográficos para saber con exactitud cuál es el estado de las 4.217 quebradas y cómo intervenirlas.
  4. A nivel barrial y comunal, apostarle a techos, azoteas y paredes “verdes”, como cubiertas con jardines y huertas que absorben y recogen aguas, abasteciendo la ciudad de “«cosechas de lluvias» que podrían reutilizarse para regar jardines, lavar carros y desarrollar actividades que no requieren su potabilización.”

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-jaramillo/

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