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Manuela Restrepo

El derecho a sentir placer

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“Plegarias del Sexo Seguro

Que no se me acerque nadie que no quiera.

Que todo sea consensuado.

Que me aprenda las palabras seguras y se aprendan las mías.

Que no falten nunca las ganas, ni el erotismo, ni el orgasmo, ni el condón.

Que mis límites sean tenidos en cuenta, así como mi curiosidad.

Que la exploración no se acabe nunca.

Y que el sexo, todopoderoso, me acompañe cuando así lo deseo.

Amén”.

AEFEST Colombia. 

Nacimos todos – bueno, no todos, pero por lo menos una gran mayoría- de un acto de placer. La sexualidad existe con nosotros, hace parte de lo que somos, de nuestras identidades. Sin embargo, a pesar de ser algo absolutamente natural, cada vez que hablamos de placer y de erotismo, nos sonrojamos, hablamos bajito, con risas de por medio como quienes hablan de lo prohibido.

Las mujeres sobre todo hemos sido privadas de nuestro derecho a sentir placer.

Existimos en medio de dos modelos culturales de sexualidad. Por un lado, el masculino, basado en la fuerza, en el acto firme y concreto de la penetración como centro de su expresión sexual, un modelo inspirado en la pornografía, con hombres fuertes y viriles siempre preparados para satisfacer su propio placer con los cuerpos femeninos. Un modelo donde el hombre prioriza la sexualidad por encima de los sentimientos, porque en él es natural sentir ganas y darle rienda suelta a su más profundo instinto.

Y por el otro lado, el femenino, basado en el romanticismo, en la emocionalidad. Un relato sexual como sacado de una novela erótica donde la mujer busca un hombre viril que la proteja y usa su cuerpo no para su propio placer, sino para complacer el de su compañero. En este modelo la mujer es un sujeto pasivo de la relación sexual, puesta allí para cumplir su tarea de satisfacer.

Estos modelos tergiversan la realidad de la sexualidad humana que suele ser amplia y diversa y vuelven irreales las expectativas frente a esta y a una experiencia saludable.

Las mujeres especialmente – más no únicamente-, nos coartamos nuestro propio derecho a experimentar prácticas de placer, a explorar formas de placer consensuado entre la pareja, la masturbación femenina es un tabú y aunque hemos logrado en cierta medida separar la sexualidad de la reproducción, nuestros deseos de disfrute sexual se limitan a tímidas conversaciones entre amigas.

Hablar de sexo abiertamente y sin tapujos sigue siendo para algunos perturbador, a pesar de que a todos y a todas nos guste, a pesar de que encerrados en la intimidad de nuestra habitación deseamos probar nuevas formas de tocarnos, de sentirnos, a pesar de que el autoconocimiento de nuestros cuerpos y nuestros deseos nos hace seres más humanos, más completos.

Necesitamos educación sexual abierta, diversa e inclusiva. La necesitamos para reivindicar el derecho al placer, para que las mujeres seamos libres de explorar y ejercer el disfrute de nuestros cuerpos, para que los hombres se sientan liberados de la figura machista impuesta por la pornografía y puedan ser lo emocionales que el modelo no les permite. La necesitamos para prevenir violencias basadas en género, para prevenir violencias sexuales.

Y en aras de promover esa necesaria conversación abierta, incluyente y disruptiva, por estos días se celebra entre Medellín y Bogotá el AEFEST – Festival de artes eróticas- espacio que desde el 2016 propone una mirada desde la cultura y la academia al erotismo y la sexualidad. Este festival, lleno de experiencias basadas en el arte, pretende dar voz a temáticas como sexualidad e inclusión, diversidad y discapacidad, prácticas y fantasías eróticas no tradicionales, educación sexual como antídoto frente al machismo, identidades queer, entre otros, con un objetivo pedagógico y de contemplación.

Este espacio pretende entonces quitar el velo frente al desconocimiento, tabúes y prejuicios que inundan la sexualidad y el erotismo de la mano de artistas, activistas y académicos nacionales e internacionales.

Regálese entonces la oportunidad de escuchar posturas diferentes, de conocer diversas opciones de acercarse a su sexualidad, de tener conversaciones que lo sonrojen, de autoexplorarse, de preguntarle a su pareja por sus deseos, de conocer los propios, que sin duda esta experiencia le servirá no solo para sentirse más libre sino para comprender y respetar los límites y expectativas de los demás.

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