Los inventores de los términos “genocidio” y “crímenes contra la humanidad” asistieron a la misma facultad de derecho en Lviv (hoy parte de Ucrania, pero durante el siglo XX parte del Imperio Austrohúngaro, Polonia, Alemania y de la URSS), vivieron a pocas cuadras el uno del otro, eran judíos y los nazis exterminaron a la mayoría de su familia. Rafael Lemkin (1900-1959) y Hersh Lauterpacht (1897-1960) nunca se conocieron personalmente, pero vivieron en carne propia la persecución, el terror, el desarraigo y el dolor en la Europa central de principios del siglo XX.
Lemkin y Lauterpacht vivieron el fin de los imperios, la consolidación de los nacionalismos y, de la mano de estos, el fortalecimiento del antisemitismo. Los judíos eran un encarte, un estorbo, y sobre todo, un chivo expiatorio para buena parte de los gobiernos de Europa. Su exterminación no empezó con el fusil ni con la cámara de gas. Se inició muchos años antes con “medidas administrativas”, con una cultura de exclusión y de discriminación y con leyes. Con esos antecedentes, después de 1933, se vino en cascada la violencia y la muerte por millones que conocemos como el Holocausto. Los dos abogados escaparon a occidente y su proyecto de vida se convirtió en poner el derecho al servicio de la protección de los civiles (hasta el momento los combatientes tenían protección legal internacional) y de los grupos minoritarios para así disuadir y castigar a los responsables de crímenes internacionales.
En el momento en que Hitler y su cuadrilla invadieron Europa y pusieron en movimiento la “solución final del asunto judío” en el derecho internacional primaba la idea de soberanía fuerte. Los países reconocían unos principios que reglaban las relaciones entre sí, pero lo que hacían con sus ciudadanos era un problema propio. Solo en los Juicios de Nuremberg (1945-1946), en los que participaron activamente Lauterpacht y Lemkin con los equipos estadounidense y británico, se consolidó la idea de que ningún gobierno tiene el derecho a perseguir y atacar a sus propios ciudadanos ni a los ciudadanos de los territorios que ocupe militarmente. Para Lauterpacht “el individuo es la unidad fundamental y última de toda ley” y su trabajo académico llevó al nacimiento de la categoría de “crimen contra la humanidad” para castigar los ataques sistemáticos y generalizados a cualquier población civil. Lemkin, por el contrario, estaba preocupado por los ataques a grupos de seres humanos que, como hicieron los nazis contra los judíos, tenían el objetivo final de destruirlos total o parcialmente. El genocidio describe y castiga estas acciones.
De estar vivos, nuestros juristas estarían llorando avergonzados al ver que, casi 80 años después del Juicio de Nuremberg, los dirigentes del Estado de Israel están liderando un proceso sistemático y generalizado de ataque contra la población civil palestina en Gaza y que el mismo, hace ya varios meses, califica como genocidio. A la fecha van cerca de 60,000 civiles muertos de los cuales 31% eran menores de edad, 16% mujeres y 7% adultos mayores (ONU). Aproximadamente 140,000 heridos y 2.2 millones de desplazados (Lancet y ONU). 91.8% de los edificios escolares afectados, 78% del total de edificios dañados o destruidos, 300% de ocupación en hospitales y solo 30% de producción de agua potable (ONU). Lauterpacht y Lemkin recordarían, porque lo vivieron muy de cerca, la exterminación de los judíos de Cracovia (sede del Gobierno General Nazi) pues esta ciudad antes de la guerra tenía cerca de 60,000 judíos y en 1945 no quedaba prácticamente ninguno.
Lemkin, que dedicó buena parte de su vida a recopilar y documentar las acciones, decretos y leyes nazis, para mostrar que todos lo que hacían contra los judíos era parte de un proyecto premeditado, estructural y sostenido, conocería muy bien la estrategia de reducir las raciones de comida a niveles de hambruna o la de asesinar a los civiles (judíos en los guetos) mientras hacían fila para recibir comida tal como se ha documentado en días recientes. Lauterpacht, contra el gobierno israelí y sus defensores, afirmaría que los delitos internacionales tales como los que se están cometiendo en Gaza, son responsabilidad de individuos, no de entes inmateriales como los Estados, y solo castigando a esos individuos se podrá hacer justicia y, quizás, evitar futuras violaciones.
El mundo tuvo que esperar hasta 1998 para tener un tribunal penal internacional permanente. Con sede en La Haya, Holanda la Corte Penal Internacional está encargada de investigar y judicializar a los responsables de los más graves delitos internacionales (Genocidio, Crímenes contra la humanidad, Crímenes de guerra y Agresión). Lemkin y Lauterpacht seguramente estarían orgullosos de que sus reflexiones, obras y su insistencia hubieran logrado que la justicia se ocupara, con todas las interferencias y con poderosas fuerzas en contra, de acciones que están proscritas en todos los sistemas jurídicos nacionales.
Los precursores del derecho penal internacional seguramente no estarían de acuerdo con cuál delito acusar a Netanyahu y sus generales (genocidio o crímenes contra la humanidad), pero ambos coincidirían en que no existe, ni puede existir, el derecho a matar civiles. Dirían, creo yo, con dolor y vergüenza, que el haber sido víctimas del infierno nazi o del terrorismo de Hamás nunca servirá de justificación o atenuante para las acciones criminales. Todo lo contrario, pienso yo.
*El asesinato de Miguel Uribe Turbay es otro fracaso de nuestra sociedad. Solidaridad y fuerza para familia y amigos. Ay, país. **Recomiendo el libro Calle Este-Oeste (Vintage, 2017) de Philippe Sands en el que cuenta la historia de Hersh Lauterpacht, Rafael Lemkin y de su propia familia.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/