Dos lecturas sobre el Inca

Dos lecturas sobre el Inca

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En general, sabemos muy poco de historia. Salvo para una cantidad cada vez más pequeña de especialistas, tengo la impresión de que la historia ha venido entrando en desuso. En las escuelas se enseña muy poco (y me temo que de manera precaria) sobre la historia política reciente y me temo que nada, o casi nada, sobre la época precolombina. De aquí que el juicio arbitrario y parcializado del pasado encuentre tierra fértil en el presente, especialmente para quienes buscan réditos políticos tras la siembra del odio.

Esto sucede tanto en Europa como en América (norte, centro y sur). Lecturas morales de textos incompletos. Lecturas sobre el pasado para justificar el presente. Juicios de valor sobre acontecimientos de hace siglos, de los que disponemos poca información como para aventurarnos a identificar a los buenos y a los malos. Entendiendo además que en una guerra esa clasificación siempre será insuficiente. ¿No es acaso la historia una tarea eternamente inconclusa?

Por este camino hizo carrera la idea de que el resultado de la guerra tiene una implicación moral. De manera expedita se condena al victorioso y se exime al derrotado. Como si en ambos bandos, desde la antigüedad hasta nuestros días, no se cometieran condenables atrocidades contra el enemigo. Si hay que condenar que no sea a un solo bando. Si hay que eximir las culpas, mejor no hacerlo. Esta es, en últimas, la reflexión de fondo en la obra de Tucídides sobre las llamadas “guerras del Peloponeso”.

En buena medida estas reflexiones me han suscitado, hace ya varios años y a manera de pasatiempo, un interés particular por la posiblemente mal llamada ‘conquista de América’, que interpreto como un conjunto muy complejo de conflictos políticos, civiles y étnicos del cual es imposible escapar moralmente ileso. No hay buenos ni malos. Los europeos se impusieron, a pesar de su tremenda inferioridad numérica, gracias, entre otras, a la tecnología, a los virus y a la inestabilidad política del mundo prehispánico.

Dice la historiografía canónica que Huayna Cápac, Sapa Inca (emperador incaico) del Tahuantinsuyo (o reino de las cuatro direcciones, como se le llamaba al imperio incaico) murió hacia el año 1527, al parecer envenenado, víctima de una conspiración liderada por parte de la nobleza incaica; y que este suceso marcó el inicio de una sangrienta guerra civil que se prolongó hasta 1532 en la que se enfrentaron dos de sus hijos, Huáscar y Atahualpa, quienes se disputaron a muerte la sucesión. Atahualpa derrotó a Huáscar y lo tomó prisionero; sin embargo, no logró llegar a Cuzco para su coronación porque, un par de semanas después, Francisco Pizarro lo capturó y luego lo asesinó. Ese fue el final del Tahuantinsuyo.

¿Qué habría sucedido si el derrotado hubiese sido Atahualpa y no Huáscar? ¿Y si Francisco Pizarro no hubiese capturado al Inca? Por alguna razón, que aún desconozco, estas preguntas fantasiosas se las hizo el escritor francés Laurent Binet y le sirvieron para escribir una novela corta titulada ‘Civilizaciones’ (Seix Barral). Binet crea un pasado alternativo en el que Atahualpa es derrotado por Huáscar y en su huida llega a Europa, derrota a Carlos V y se convierte en el hombre más poderoso sobre la tierra.

Aunque se trata de un recurso ingenioso y un relato entretenido, es innegable el esfuerzo de Binet por tomar partido. De hecho, en una entrevista que le hizo Álex Vicente en el 2020, para el diario ‘El País’, el mismo Binet dice:

“Mi simpatía está del lado de los indios y el motor psicológico del libro fue, en el fondo, dar una venganza a los perdedores, pero no los quiero idealizar. Con una conquista inca habríamos evitado los escollos del capitalismo, pero habría otros distintos, porque las formas de dominación son infinitas. Eso sí, tendríamos seguridad social desde hace siglos”.

No sé cuál parte me sorprende más, si la de la venganza o la de la seguridad social. Aunque es cierto que se trata de un novelista y no de un historiador, el trabajo de Binet se inscribe en esa tendencia victimista, sobre la cual me he referido antes: tomar partido por un bando, en este caso el de “los perdedores”. Sin duda, Binet cayó en la trampa. Aunque lo niega, idealiza a Atahualpa, el protagonista virtuoso de su fantasía ideológica.

Un año antes de que este trabajo de Binet apareciera en librerías, el peruano Rafael Dumett publicó la novela “El espía del Inca” (Alfaguara). No quiero cometer el error de ‘espoilear’ el libro porque guardo la esperanza que Ud. lo lea; sin embargo, quiero resaltar el hecho de que Dumett haya elegido como protagonista a Yunpacha, un chanca (pueblo sometido por los Incas), y que a partir de este personaje nos comparta una lectura sobre el complejo proceso de descomposición del Tahuantinsuyo, en el que la guerra civil y el asesinato de Atahualpa aparecen como un síntoma.

Dumett no se debate entre Pizarro y Atahualpa. No los idealiza. No idealiza el poder político. Retrata a sus personajes con sus luces y sus sombras. Algunos con más sombras que otros. Yunpacha representa a un pueblo sometido por inicialmente por el Inca y luego por los europeos; en sentido estricto serían ellos los derrotados. Dumett no tiene que recurrir a guardar silencio frente a las atrocidades cometidas en nombre del Inca para condenar aquellas perpetradas por los barbudos. Me parece verlo celebrando el ocaso del Inca y al mismo tiempo condenando los actos de barbarie perpetrados en nombre de la civilización.

Es una novela de gran erudición y tal vez por eso su lectura no es fácil. Dumett se valió de un proceso investigativo riguroso que le llevó incluso a profundizar en el estudio del quipu, un sofisticado sistema de comunicación incaico basado en cuerdas y nudos. De manera implícita reivindica la riqueza cultural incaica sin dejarse deslumbrar por el poder político. No toma partido por los derrotados (y ojalá lo perdonen los nuevos tribunales de la santa inquisición victimista) sino por la cultura.

Dumett no es historiador, pero se acerca. Si Binet imaginó un mundo gobernado por Atahualpa, yo me imagino uno en el que Tucídides se deleita con la novela de Dumett.

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