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Basta abrir la ventana de la casa para verla. O cerrar la del coche para hacerlo tras un vidrio. Es tan simple como eso. La pobreza es la vecina de muchos latinoamericanos y la casa de la mayoría. No requiere visión 20/20 para verla.
En mi país se abre la puerta y ¡PAM!, la ves. Sales al trabajo y ¡PAM!, la ves. Llegas la oficina, o regresas a casa y ¡PAM!, la ves. Cuando allí te tratan de Doña, Señora, Seño, Doctora, la escuchas. Pagas unas miserables monedas para que te cuiden tu coche en la calle, o contratas servicios de cuidado por una miseria; además de escucharla y de verla, ¡PAM! , la creas.
En fin, está bien cerca. No hay que buscarla en lo más recóndito. No solo la ven los que hacen voluntariado o los escritores buscando inspiración. En mi país, la pobreza es vecina de todos, aunque haya algunos, disfrazados de europeos, que levantan cercas para separarla e inútilmente volverla invisible.
No todo el mundo tiene de vecino a la pobreza. En algunos países no. No es que existan, es que no son tantos. Son menos los pobres, por decirlo con crudeza. Hasta ahí una obviedad: los países más ricos han superado la pobreza y se les olvidó. Porque además consumen más recursos de los que producen dejando pobreza en otros continentes, pero bueno esa es otra historia.
Lo que no es tan obvio, es que uno creería que el hecho de que la pobreza no esté respirándoles en la nuca a diario los haría más sensibles ante ella, porque no sufren su cercanía, lo que haría que no se cansaran del tema. Uno pensaría que saben sobre pobreza porque son quienes dictan catedra sobre ella. Uno juraría que la conocen a profundidad porque la estudian desde su balcón, que les da mejor perspectiva. Uno cree que ellos saben, y además venimos hasta su continente, para que nos enseñen al respecto, esperando que nos ilustren sobre lo que sucede a miles de kilómetros de distancia de sus casas. Y está bien venir a aprender. Pero sería más productivo y aportante si fuese de lo que sí saben. Está bien irse para ganar perspectiva, pero no para encontrar respuestas de quienes posan de padres de la patria. Porque ni son los padres, porque no somos huérfanos, ni queremos seguir hablando de patria, es obvio, por aquello del patriarcado.
Idealizamos demasiado. Queremos ser europeos o gringos. No creemos en lo que sabemos.
¿Sera que añoramos a los colonos o nos sentimos cómodos siendo los colonizados?
En los extensos y creativos reportes que predicen el futuro del mercado para el 2023, se dice que la DESCOLONIZACIÓN es ahora tendencia. Estos reportes se encargan de buscar y predecir hacia dónde vamos y esta vez, para mi sorpresa, hablan de esto. Parece que está comenzando a surgir un sentimiento en el Sur. Una creciente inquietud. Una pregunta que cada vez se busca más en Google y aparece más en Pinterest. Una imagen que nos estamos empezando a crear. Una semilla que brota con fuerza, que asoma sus primeros retoños y que va dejando de estar bajo tierra Se empieza a sentir pues, sutilmente, como todas las tendencias, la verdadera independencia.
Hoy los jóvenes levantan la voz para decir a los cuatro vientos que no somos colonia de nadie. Poco a poco empiezan a conocer su país, a interesarse por lo local, a recorrer su territorio. Leen literatura latinoamericana, ven cine hispano, consumen y crean gastronomía criolla. Nuestra ropa empieza a tener más jaguares que tigres del norte, más orquídeas que tulipanes, más tejidos indígenas que encajes europeos. Empieza a servirse en la mesas el viche y el pipilongo, y sin dejar de consumir ginebras, empiezan a resucitar los fermentos.
Empezó la DESCOLONIZACIÓN. Decirlo escandaliza, sobre todo porque pensábamos que eso de las colonias ya no existía. Pero, realmente, ¿ya no existe?
Mientras la tendencia se hace norma, seguimos buscando la aprobación del colono. Queremos que nos validen como un niño mirando a su padre mientras hace su tarea. ¿Te parece que va bien? ¿Te gustan estos colores? ¿Me quedó derecha la raya? ¿Me ayudas a terminar de colorear? Seguimos aspirando a ser ellos, los grandes: el papá y la mamá. Nos siguen gustando demasiado los espejos porque no hemos reconocido el valor del oro.
Pero el mundo está cambiando. El Sur se está despertando. Ese que tiene la pobreza de vecina y que por eso sabe dónde están las soluciones.
El Sur empieza a dejar de sentirse cómodo como receptor de donaciones. Algo se movió. Algo despertó. Algo en nuestra esencia que es selva comienza a rugir. Pequeños pero contundentes rugidos fuertes y vibrantes, verdes, abundantes, místicos; de una tierra mágica, diversa, resiliente, salvaje y sabia.
Necesitamos creer más en nosotros para vencer nuestras pobrezas. Buscar en nosotros las respuestas. Dejar de esperar “filántropos”, que es el eufemismo de colono, y que paradójicamente para la RAE significa “amor a toda la humanidad”. Es como un chiste.
Seguimos instalados en la creencia de que la filantropía es la cúspide de la responsabilidad social. Que lo más responsable es mandar dinero al Sur. Que las transferencias bancarias son la demostración más pura de nobleza. Pero nosotros ya sabemos que esas donaciones liberan sus culpas, profundizan nuestras miserias y reciclan la pobreza. Hemos visto a los grandes explotar nuestro suelo y compensar el saqueo donando computadores a las escuelitas llenas de niños. Ya sabemos que los mismos que llenan nuestros mares de petróleo, lavan sus culpas con filantropía.
Esos filántropos que se toman fotos con niños desnutridos, con mujeres víctimas de la violencia y con huérfanos, las suben a sus redes, salen en primera página del periódico y se convierten en héroes de sus países.
No creo que se trate de filantropía. En mi país, que tiene la pobreza de vecina, creemos que se trata mucho más que de limosna; creemos que se trata de construir de a poco, con todas las voces, aunque eso tome tiempo. Creemos que solo se sostiene lo que las comunidades han pensado para su propio bienestar, porque cada uno sí sabe lo que quiere, aunque no se parezca al modelo del norte, o del este, o de las naciones de los colonos.
Todavía tenemos a las comunidades originales, autóctonas, propias del territorio, ancestrales, que nos recuerdan, con un tono cada vez más fuerte, que somos dignos, que es un orgullo ser del sur.
Lo importante es que no solo sea tendencia, sino un cambio de mirada duradera y profunda. Una que reconozca esa abundancia que es la salida de la pobreza, nuestra vecina. Porque paradójicamente vivimos rodeados de ambas: pobreza y abundancia.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/