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Vivimos conectados permanentemente, haciendo todo el tiempo, a veces sin motivo claro. Nuestra vida es un continuo planear, ejecutar, medir y volver a empezar. Se nos ha dicho que no puede haber tiempo libre, o que éste debe ser integrado a la lógica de la producción como el intervalo necesario para retomar la fuerza de la acción.

El capitalismo todavía nos permite la lentitud, diferente a la demora, porque ésta no ahonda; es solo el rezago del hacer y una forma de comprender los límites de éste. La lentitud marca uno de los límites de la producción, pero no la detiene, no pone en peligro el sistema. Es tan solo un marco de referencia temporal en el objetivo económico; marca el límite a la pregunta de qué tan rápido se puede ir, pero es un límite efímero que se puede ajustar según la necesidad de la velocidad que se requiera.

La demora, en cambio, se acerca a la maduración: un proceso que no puede acelerarse ni ralentizarse. La demora tiene un tiempo propio que se escapa al poder y del que nadie es dueño. No es limitante y no puede ajustarse.

Sometidos constantemente a la aceleración y al desenfreno de la comunicación y la información, permanentemente empujados a la actividad y a los dictados de la eficacia y la eficiencia, perdimos de vista el tiempo bueno, la apreciación del ser y el estar, y el sentido presente. Aquí y ahora son términos que nos generan una profunda ansiedad porque estamos siempre presos de lo que vendrá y de lo que será. No hay demora en nuestras vidas. Todo es prisa, la obligación de avanzar rápido, de tener siempre una respuesta, de actuar frente a cada impulso de la emoción.

La pausa, como tiempo propio, es mal vista. El poder psicopolítico se opone al tiempo que no se integra a otro tiempo y que pretende dejar por fuera la conexión entre diferentes acciones que integran la totalidad de la máquina de producción. Se contabilizan las horas, los minutos y los segundos para darle sentido a un hecho; cuánto mide o cuánto dura son los nuevos lentes que definen si algo tiene valor o no.

La pausa es un prerrequisito de la demora. No hay demora en la rapidez; eso sería lentitud. La pausa, como base, deja de lado la velocidad y la aceleración, da paso a la demora para que ésta sea tiempo bueno. El tiempo bueno no es lento, es demorado; permite la madurez del instante en un proceso que solo pertenece a ese instante preciso. La demora no es igual para cada instante porque no se mira bajo el lente del tiempo que se puede medir.

La demora es una intrusa, una falla para el sistema de poder psicopolítico. Se la ve como algo que no conviene al correcto funcionamiento acelerado del hacer constante y, por lo tanto, es una forma concreta de enfrentar a la obligación de ser y hacer. En la demora encontramos el sosiego que se ha perdido con la velocidad, con la prisa frenética de la era digital, necesario para reconvenir el sentido individual y la relación con lo otro.

No hay demora en el yo. Ésta sólo es posible en relación con lo otro, con la alteridad, porque el tiempo de la demora no pertenece a nadie en particular sino al yo y lo otro, a su relación. Hay demora cuando se bloquea el narcisismo, cuando la imposibilidad de tener el control de todo aparece como libertad.

En la demora se habita; en la lentitud no se está. Una tiene su tiempo propio, otra va tras el tiempo que le han marcado. Por eso la libertad puede reivindicarse en la demora y no en la lentitud.

Hoy, la era digital nos obliga a vivir en un tiempo que no comprendemos, para el que no estamos hechos, uno que nos ha sido marcado desde afuera. El fraccionamiento de los segundos, los minutos y las horas en partes que sobrepasan nuestra comprensión de lo medible nos impide el hacer bien o, por lo menos, el hacer para nosotros; la velocidad le sirve al mercado, pero no a lo humano.

La demora, como tiempo bueno de la relación yo/otro rescata lo humano, lo comprensible, lo aprehensible. Nos sitúa en un ámbito de conexión con nuestras posibilidades reales, con el momento presente, que es el único que realmente vivimos. Para reivindicar la libertad debemos habitarla, demorarnos en ella, vivir en un tiempo que no nos marcan ni controlamos; ser conscientes de nuestra finitud y de la inexistencia del futuro.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/

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