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Daniel Palacio

Defender el capitalismo

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El siglo XX fue generoso en exhibir los horrores del autoritarismo político. El llamado socialismo real, ese sistema político que existió bajo la forma de la URSS, la China comunista, o los países de Europa del este, y su estrepitoso fracaso (en el caso de la URSS), o de su reforma (la China de Deng Xiaoping), convencieron al mundo de las virtudes del libre mercado.

No obstante, desde que acaeciera el fin del segundo mundo, la desigualdad ha aumentado, el resentimiento contra la clase económica dominante se ha expandido, y las tensiones con algunos actores de la globalización, como China y Rusia, han dejado el sabor de que la liberación de los mercados no basta en sí misma. También hace falta tener socios que compartan los mismos valores democráticos. La acelerada sustitución que hoy hace Europa de la energía rusa, buscando proveedores de energía al tiempo que Putin amenaza todas las semanas con la guerra nuclear, ha terminado por decantar el debate sobre la afinidad de valores con los socios comerciales. Durante mucho tiempo esto último significó democracia liberal, o en otras palabras, democracia y mercado.

Sin embargo, una vez desaparecido el monstruo del socialismo del siglo XX y acabada la confrontación ideológica de la guerra fría, el capitalismo también se ha deslucido en su encanto. El estancamiento/declive de los salarios (especialmente los trabajadores en industrias), los ataques a la seguridad social, la desigualdad, además de los desastres climáticos inducidos por la sobreexplotación de los ecosistemas, han hecho que criticar el capitalismo deje de ser subversivo, como lo fue durante el macartismo, y se torne en una opinión respetable en el debate político.

Frente a las críticas al capitalismo como lo vivimos hoy abundan todo tipo de contraargumentos. Uno se relaciona con la superioridad moral del capitalismo, pues la posición del asalariado frente al empleador es contractualmente mejor que la del vasallo con el señor feudal, y ni hablar del esclavismo.

Pero esto no significa nada. A los ciudadanos de hoy no se les puede seducir anotando que las personas estaban mucho peor hace generaciones. Así mismo, no se puede afirmar que la economía de mercado significa automáticamente mejoras de bienestar para todos, o un mayor desarrollo de las relaciones humanas. La realidad es que el capitalismo puede ser tan virtuoso y tan mezquino como lo es el ser humano, pues señores capitalistas eran tanto los que esclavizaron africanos para venderlos al otro lado del Atlántico, como los americanos que libraron la mayor guerra que ha visto esa nación (la de secesión), precisamente para acabar con la esclavitud.

El capitalismo no asegura en sí mismo la moralidad de las relaciones de producción. Eso es un trabajo que le corresponde a la sociedad civil. Nunca se puede esperar que la mera implementación de libertades económicas traiga más justicia a los desposeídos. Por ejemplo, algunas minorías no verán resuelta la discriminación en su contra solo porque haya crecimiento económico, ni los trabajadores gozarán de más protección solo por gracia del incremento en el ingreso. Para lograrlo se necesita tratar el tema en la política y la discusión ciudadana, legislar, educar. Peor aún, suele ser necesario criticar y desafiar personas y grupos poderosos para sacar adelante la reivindicación de un grupo desfavorecido.

Aquí está el gran talón de Aquiles de quienes hoy “defienden” el capitalismo: hacen hincapié en que los pobres son los primeros afectados por la mala praxis económica, y aunque no se equivocan, es cierto que también son los últimos en beneficiarse del crecimiento, marginados de las mejores posiciones y salarios. La recuperación en sí misma no trae derechos a los discriminados. Peor aún, algunos movimientos que se dicen defensores del libre mercado son marcadamente anti-derechos: el partido republicano en Estados Unidos, o el uribismo/conservadurismo en Colombia.

Por eso la apología del capitalismo es tan floja en boca de quienes solo hablan de economía. La derecha se atrinchera en su batería de argumentos promercado para disfrazar una agenda de conservadurismo social.

De ahí que surja el falso debate de progreso social versus crecimiento económico.

Al final, a esos apologetas del mercado no terminan defendiendo la idea de propiedad privada o de cumplimiento de los contratos, sino obstaculizando la protección de los más vulnerables.

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