Sabes que ha llegado la primavera, o que se ha ido el invierno, porque en el parque, casi que en cualquier parque de esta ciudad del medioeste estadounidense, tan pronto el sol empieza a funcionar, los undergrads sacan sus toallas y se ponen sus vestidos de baño y se tiran en el pasto a broncearse. Temperatura: 21 grados. Todavía hay un viento frío que a vos te hace poner saco. Pero ellos están ahí, estirados, recibiendo el sol, diciéndole que los toque, que hace tanto no lo sienten, que lo quieren todo. Le dicen: pintanos. Están en el parque del centro, también en el del lado del río, que es más largo: la imagen es la de una playa sin mar: hay unos que leen, otros que teclean en el computador, algunos hacen siesta, están solos o con amigos. Es la última semana de clases. Las predicciones del clima están llenas de soles, el mínimo es nueve, el máximo será el jueves con treinta y un grados.
En el invierno, el sol es el dibujo de un niño: no funciona. El cielo es azul, el sol alumbra, pero la temperatura está en menos de diez grados, a veces hasta menos quince, a veces hasta menos veinticinco, a veces, y el viento lo hace sentir más frío, es un viento que sopla helado, te duele la punta de la nariz. El sol pasa a ser un adorno del que no hay que confiarse cuando miras desde la ventana y parece que pudieras salir con la falda y las sandalias: es solo la sensación que te da la calefacción.
Pero ya es primavera. El invierno es solo un recuerdo, es el pasado, ya casi se asoma el verano, a los árboles les salieron de repente —es que es de una noche a otra— las hojas verdes y hay flores en un montón de jardines, algunas también aparecidas por generación instantánea, otras, en cambio, porque el vecino se levantó temprano a plantarlas.
Y vos sos de Medellín, o sos de Riosucio, y el clima de estos días es como ese clima, o como lo recuerdas. A nadie —o a casi nadie— se le ocurriría, de pronto, un viernes de mayo, irse al parque, tirar la toalla, tirarse en vestido de baño a sentir el sol. Porque el sol siempre ha estado ahí. De pronto lo ahuyenta la lluvia, un poco, a veces, pero se siente, de alguna manera se siente. O por lo menos coincide con lo que ves desde la ventana.
Esta mañana alguien te dijo: es que no se enteran.
Me paro frente al río y los miro: es que no se enteran.
Uno puede vivir sin enterarse.
A veces vos tampoco te enterás.
Eso no significa que afuera el mundo no esté incendiándose.
Pensás en una noticia de esta semana que te hizo cuestionar qué hay adentro de los seres humanos: con machetes, cuchillos, varillas, cinturones, piedras y golpes asesinaron a un joven por orinar en la calle. Tenía 25 años, un hijo.
Pero afuera hace calorcito, regresó el sol. Qué va a ponerse uno a pensar en las guerras, el hambre, la lluvia, los deslizamientos. Si están tan lejos.
Qué necesidad de pensar en que hay lugares en los que el sol es un dibujo de un niño.
Alguien te recomendó un libro: Autobiografía de una anarquista semirromántica de Mónica Teresa Ortiz. Lo abres al azar y lees: Conozco el futuro. Todas las limitaciones. Todas las posibles formas en que termina un mundo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/