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“El ejército nos cuida”, escuchas decir a tu padre mientras vas con toda tu familia por la carretera. “Bajen la ventana y háganles así, salúdenlos”, insiste tu papá levantando su pulgar. Los ves parados en un costado del camino. Son cinco soldados levantando su pulgar con una mano y sosteniendo una enorme pistola con la otra. “¿Por qué se visten así?”, preguntas. “Porque eso los ayuda a camuflarse en la guerra”, contesta tu hermano mayor. “Qué pesar ellos todo el día ahí parados”, reclama tu madre.
Al parecer no podrán ir a la finca de tu tía en Rionegro. Recién les informaron que el Gaula estará haciendo varios operativos y es mejor quedarse en Medellín. Te pones triste, hace rato no ves a Max y a Apolo, los cachorritos que le habían regalado a tu primo. No sabes muy bien qué es Gaula, pero recuerdas el imán que tiene tu tía en la nevera de su finca donde dice Gaula con rojo y aparece un número para llamar. “Papá, ¿qué es el Gaula?”. “Son los que nos cuidan, ellos vigilan por allá por las fincas para que no vaya a pasar nada malo”. Piensas en los militares de la carretera camuflándose entre los Yarumos y Laureles de la finca.
En casa le preguntas a tu mamá si te puede ayudar a recortar revistas. Tienes que hacer una cartelera con recortes de letras y animales. Tu mamá saca una canasta pesadísima, llena de revistas nuevas y viejas. Aprovechas para echar un vistazo a las de Turbo. En las de Semana ves helicópteros y más trajes camuflados con enormes pistolas. Mientras recortan, prenden las noticias. Al parecer, el ejército ha rescatado a unos secuestrados en un operativo. Tu mamá aplaude y llora. Mientras tanto, esperas para que muestren helicópteros por la tele como los que habías visto pasando muy cerca de la finca de tu tía. “Mamá, ¿cómo así que secuestrados?”. “Ay hijo, los malos hacen cosas muy horribles, pero el ejército nos cuida”. Le temes al secuestro.
Creces. Entiendes que paraco no es solo una palabrota más que solían decir los grandes del colegio en un partido de fútbol: “¡cállese paraco hijueputa!”. Paraco es un paramilitar, pero todavía no sabes muy bien qué hacen. Solo sabes que no son buenos. También entiendes que en Colombia existen varios grupos guerrilleros. Conoces a las FARC, al ELN y sabes que hay otras que no recuerdas muy bien. Entiendes que la guerrilla es la que secuestra, son los malos. El ejército se encarga de luchar contra ellos. Son los buenos. En todo caso, más allá de este entendimiento limitado, comprendes la muerte. Ahora sabes que morir no es lo mismo que irse a vivir a otro país. Morir es desaparecer para siempre. Entiendes que la muerte causa dolor y que en el país en el que naciste hay muerte en la guerra.
Sigues creciendo. En la radio y en las noticias se empieza a hablar más de la paz que de la guerra. Sin embargo, la búsqueda de la paz es una guerra más. Tu familia se queja del presidente en las reuniones familiares de los domingos. Dicen que dejará a todos los guerrilleros asesinos en libertad. Que no es justo. “Hay que votar No”, dice tu tía. Dudas. Te preguntas por qué alguien votaría que no quiere la paz. En el colegio algunos amigos repiten como loras lo que también dicen tus familiares y, supones, lo que también dicen los de ellos. No hablan, solo gritan y repiten. No hay campo a la duda y mucho menos a la diferencia. Pero con otros te sientas a hablar. Alguno menciona lo que habías leído alguna vez en los periódicos de tu papá: falsos positivos.
Te intriga no saber. Decides leer más noticias y escuchar más el radio por tu cuenta. También buscas algunos libros sobre la historia de tu país y su guerra que no era tanto la tuya. Lees sobre aquellos que apoyan el Sí. No entiendes por qué estás de acuerdo y tu familia no. No entiendes por qué en los puentes se leen grafitis que dicen “¿Dónde están los desaparecidos?”, “Uribe Paraco”, “No más falsos positivos”. Cuestionas los puntos de vista de tu familia. “Es que a ti no te tocó vivir lo que nosotros vivimos”. “Es normal que las nuevas generaciones piensen diferente cuando son jóvenes, después aprenderán”, te dicen tus papás y tus tíos. Tal vez tengan razón, piensas.
Pasa el tiempo. Escuchas testimonios, lees, visitas charlas con académicos y figuras políticas, conversas con otras personas. Creces más. Sabes que los paramilitares eran crueles e ilegales aliados del ejército para acabar con la guerrilla, pero también con quienes se atravesaran en su camino. Ahora sabes que los falsos positivos son víctimas de los militares que solías saludar y aplaudir. Juras no volver a levantarles el pulgar en la carretera. Desafías a tu familia y a algunos amigos. Exiges argumentos. Mencionas las barbaries de la guerra. Te duelen los falsos positivos. Dejas de lado la idea de que el ejército representa a los buenos. “¿Pero por qué solo te concentras en un lado? Es de parte y parte”, contestan. Te exaltas. “¡Pero el ejército mató a personas inocentes que esperaban ser defendidas!”. “No se puede hablar con vos, cambiemos de tema”, te dicen en todos lados.
Sigues creciendo. Entiendes que la muerte no tiene apellido. Que no hay buenos ni malos. Lo mató la guerrilla, los paramilitares, el ejército… Al final, hay muerte. Muerte de madres, padres, hermanas, hermanos, hijos, hijas, tíos, tías, amigos, amigas y, con ella, dolor. La muerte no habla, pero el dolor sí. El dolor de quienes quedan. El dolor no tiene bandera ni escudo. El dolor quisiera recuperar lo que se fue. Pero lo que se fue, por culpa de quien sea, no volverá. Así, para el dolor, ningún ejército puede buscar la paz, el pensamiento político alternativo debe ser escuchado con la voz y no con las armas, y ninguna finca, empresa, cultivo, negocio o ideología debería valer más que una vida. Entiendes que esa guerra que no era la tuya tampoco era la de muchas personas que para entonces promovían el Sí. Esas personas eran como tú, pero, a diferencia de ti, no buscaron entender, les tocó hacerlo.
Sigues creciendo…
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/