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Llevaba meses sin una lectura juiciosa, pero esta semana llegué a Claus y Lucas de Agota Kristof: un libro con una narración cruda y contradictoria que permite encontrar en la sencillez un camino al cuestionamiento de lo que percibimos como propio. En algún punto del relato dice un personaje que “[p]or muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida”, y eso me ha resonado desde entonces.
¿Cómo se relata el trauma? ¿Cómo se nombra el daño, el placer, el anhelo? ¿Cómo plasmar la voluntad? ¿Cómo diferenciar el recuerdo de la imaginación, y el sentimiento del pensamiento? ¿Cómo relatar omitiendo la percepción de quien ha vivido? ¿Cómo no-contar la trascendencia de lo que nos mueve? ¿Cómo hacer del arte el camino? ¿Cómo entregarnos en la ausencia de relato al fin deseado?
Hacerme estas preguntas parece el intento por entender las relaciones humanas en torno al duelo. No es lo mismo decir “perdí múltiples seres queridos en un periodo corto de tiempo” a decir “murieron cuatro familiares en cuestión de un mes por una negligencia que pudo haberse evitado”. No es lo mismo decir “llevo varias semanas enferma” a “llevo cinco semanas sin ser capaz de pararme de la cama por un dolor que me quita el sueño”. Sin embargo, tampoco es lo mismo decirle a otro “todo estará bien” a decir “sé que tienes dolor y aquí estoy para acompañarte”, así como tampoco es lo mismo decir “pareces feliz” a “te he visto sonreír”. En las palabras, y nos lo muestra Kristof en su obra, dejamos siempre por fuera una dimensión de lo ocurrido: que está en uno, solo en uno.
Aunque sus palabras impiden conocer su universo completo y, por supuesto, identificarse en el propio, sí hay en ellas una entrada a la crudeza –que está en todos– para guiar lo que queremos ser en el diálogo con otros.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valentina-arango/