Ayer, 11 de agosto de 2025, Colombia recibió una noticia que nos golpeó fuerte: el senador y candidato presidencial Miguel Uribe Turbay perdió la vida tras un atentado en un acto de campaña en Bogotá. Esta pérdida reabre las heridas de nuestra historia marcada por la violencia política y ha desatado un torbellino de emociones: rabia, tristeza, indignación y un clamor por justicia. Pero, junto a estas reacciones, también surgen comentarios polarizantes y agresivos que, en lugar de unirnos, nos dividen más.
Todos somos colombianos, compartimos este país, su historia y la esperanza de un futuro en paz. Este momento nos pide detenernos y reflexionar: necesitamos sanar como sociedad, aprender a respetarnos y valorarnos, aunque pensemos diferente. Colombia necesita una terapia colectiva, un espacio para hablar de lo que nos duele y construir un diálogo que nos fortalezca.
La Ideología: Una Guía, No un Velo.
Las ideologías políticas son herramientas para entender el mundo y trabajar por un futuro mejor, pero no deben dividirnos ni volvernos enemigos. Hay personas valiosas y otras no tanto en todos los espectros —izquierda, derecha, centro— y reducirlas a etiquetas políticas nos aleja de su humanidad. Creer que solo nosotros tenemos la razón nos cierra a escuchar otras perspectivas y a dialogar con sinceridad. Tras lo sucedido con Miguel, es fácil culpar a un bando sin pruebas, señalar sin pensar. Esa polarización lleva décadas lastimándonos.
Hagamos un esfuerzo por elevar el debate, por ver a las personas detrás de las ideas. Los juicios rápidos, como acusar a un grupo sin evidencia, o las opiniones sin sustento, nos llevan a peleas sin sentido. Estudios de psicología social, como los de la American Psychological Association, muestran que cuando no sabemos expresar lo que sentimos, terminamos atacando o descargando rabia. En Colombia, donde las cicatrices del conflicto armado aún pesan, estas reacciones se amplifican, y el espacio público se convierte en un campo de enfrentamientos verbales.
La Violencia Política Cotidiana: Todos Somos Parte del Problema
Todos hemos contribuido alguna vez a la violencia política, aunque no siempre lo reconozcamos. No hablo solo de la violencia física, como la que acabó con Miguel, sino de esa violencia cotidiana que se cuela en nuestras charlas, en un comentario suelto o en un tuit. Reflexionemos un momento: ¿cuántas veces hemos hecho esto?
- Enojarnos por una opinión distinta, sin preguntar de dónde viene.
- Llamar a alguien “ignorante” o “bruto” solo porque no piensa como nosotros.
- Juzgar con prejuicios: “Claro, como es rico, no sabe lo que es pasar trabajo”, “Claro, como no estudió”, “Claro, como quiere todo regalado”.
- Echarle la culpa a alguien por los problemas del país solo por su voto: “Por elegir a fulano, estamos así”.
- Ponerle etiquetas como “guerrillero” o “paraco” para no escuchar sus ideas.
- Descalificar por la región: “Esos costeños no saben de política”, “Esos cachacos se creen superiores”.
- Burlarnos de cómo habla alguien: “Habla como paisa, seguro es traqueto”, “Con ese acento rolo, puro gomelo”.
- Menospreciar a los que no eligen bando: “Los tibios, que ‘ni fu ni fa’, no sirven para nada”.
- Atacar en redes con insultos, groserías o comentarios hirientes, sin un solo argumento sólido.
- Generalizar a todo un grupo: “Los de izquierda son unos vagos”, “Los de derecha son unos explotadores”.
- Justificar la violencia diciendo: “Se lo buscó por meterse en política” o “Eso le pasa por provocar”.
Estas actitudes, aunque parezcan menores, alimentan un resentimiento que nos fragmenta. En Colombia, donde la polarización y las heridas del conflicto aún duelen, estos comentarios son combustible para un fuego que puede terminar en tragedias mayores. Cada palabra hiriente, cada juicio sin pensar, nos aleja del entendimiento y perpetúa un ciclo de desconfianza que frena un país unido.
Un País que Escucha y se Reconcilia
Colombia no necesita más peleas; necesita encontrarse. Imaginemos un espacio donde las ideas políticas sumen en lugar de dividir, donde escuchemos las experiencias y razones del otro, no solo sus posturas. Un país donde el respeto sea la base y reconozcamos que cada colombiano, con su historia y su perspectiva, tiene algo que aportar.
Necesitamos una terapia colectiva: programas en las escuelas para aprender a hablar de nuestras emociones, espacios en los barrios para compartir experiencias, y políticas que promuevan la inclusión. La Comisión de la Verdad nos mostró que hablar de nuestro dolor es el primer paso para sanar. Sigamos ese camino, escuchando de verdad.
En memoria de Miguel y todas las víctimas de la violencia política, hagámonos estas preguntas: ¿qué vivió esa persona para pensar así? ¿Qué esperamos de alguien cuando votamos por él? ¿Qué podemos aprender para medir el peso de nuestras palabras? Colombia sanará cuando prioricemos escuchar antes que juzgar, cuando construyamos un futuro desde lo que nos une, no desde lo que nos separa.
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