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A las constituciones también se les conoce como “Carta Magna” en alusión a la Magna Carta Libertatum (Gran Carta de las Libertades), promulgada por Juan I de Inglaterra en el siglo XIII, que reunía un conjunto de libertades que más adelante, gracias a las ideas de los pensadores liberales de los siglos XVII y XVIII, se tornaron en derechos de ciudadanía, como los conocemos hoy en día.
Hernando Valencia Villa recoge ese nombre para mostrar cómo en Colombia, un país marcado por la violencia, las constituciones han sido Cartas de Batalla. El país ha tenido 16 constituciones nacionales desde 1810, promulgadas en un contexto de violencia, incluida la actual: 1) y 2) de 1811; 3) y 4) de 1819; 5) de 1821; 6) de 1828; 7) de 1830; 8) de 1831; 9) de 1832; 10) de 1843; 11) de 1853; 12) de 1858; 13) de 1861; 14) de 1863; 15) de 1886, que duró más de 100 años; y 16) la de 1991. Ahora, en 2024, cuando la carta vigente cumple apenas 33 años, la edad en la que murió Cristo, como nos recordó Rodrigo Uprimny, Petro ya la quiere crucificar y nos quiere embarcar en la formulación de la decimoséptima constitución. Un “retorno inevitable al círculo vicioso del reformismo preventivo que ha caracterizado al constitucionalismo colombiano desde la guerra civil de la Patria Boba” (p.7).
Yo no le creo a Gustavo Petro. Ya perdí la memoria de los globos que ha tirado al aire para desviar la atención de la opinión pública. Me atrevo a decir que, exceptuando los días en que ha estado ausente, por razones poco conocidas, pero bastante intuidas por los colombianos, podríamos hablar de una cortina de humo por semana, es decir, alrededor de 100 globos entre escándalos (del hijo, del hermano, de Benedetti, de Laura Saravia, de la financiación de la campaña, etc.), propuestas inocuas (tren elevado entre Buenaventura y Barranquilla, tren interoceánico, acabar con el ELN en 3 meses, expansión del virus de la vida por las estrellas del universo, etc.), revolcones ministeriales (21 cambios en 23 meses, casi uno por mes, y los que faltan), metidas de pata en el extranjero (varios pronunciamientos sin fundamento en el caso chileno, ruptura de relaciones con Israel y hasta su infidelidad en Panamá), entre otros. Sin embargo, el que no parece un globo cualquiera, sino más bien un globo aerostático, o incluso un dirigible, es la propuesta de un acuerdo nacional que conduzca a una nueva constitución, dizque en un gobierno posterior.
Petro, en su estilo combatido, con el que permanentemente está en campaña, en campaña militar como en los tiempos de su vida guerrillera, ahora nos vende la idea de una nueva carta de guerra: “de ahí la constitución como campo de batalla”. Esto es lo que se conoce como el reformismo constitucional, un afán por reformar la constitución. Porque aún las dificultades “constitucionales” y legales, reformarla, siempre será más fácil que implementarla. Como hemos visto, este es un gobierno fetichista, muy bueno para el discurso de reformar la Constitución y las leyes, pero muy mediocre para ponerlas en acción. Dice Valencia Villa: “la historia y el derecho de la constitución en Colombia se piensan y escriben en un estilo conformista y simplista” (p.14).
El tal acuerdo nacional de Juan Fernando Cristo y la constituyente de Gustavo Petro no existen, porque no son más que una carta de batalla. Una cortina de humo para este gobierno poder seguir inflando y tirando globos y así desviar la atención de los ciudadanos y batallar, como en campaña militar, hasta el 2026, con la espuria esperanza de reelegir su proyecto político. Eso evidencia la escasa creatividad que tiene el presidente y el gobierno para implementar la Constitución de 1991 y las leyes, sortear los problemas y sobre todo, aprovechar las infinitas posibilidades que ofrece este país. Es por eso que: “para evitar otros cien años de soledad y tener una segunda oportunidad sobre la tierra, debemos luchar por la imaginación política en lugar del reformismo constitucional” (p.173).
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-suescun/