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En la muy famosa tira cómica de Bill Watterson, Calvin (un niño inquieto, inteligente y curioso) se reúsa a ir al colegio e inventa innumerables situaciones para eludir lo inevitable de su cotidianidad. Para él, el conocimiento y la diversión están juntas en una caja de cartón que se convierte en cohete o trineo, según se necesite; y, al lado de Hobbes, no hay límites en su imaginación. Mientras tanto la escuela es, precisamente, el fin de todo.
La congresista Susana Boreal dijo recientemente que obligar a un niño a ir al colegio es una forma de violencia y adoctrinamiento, que vulnera su voluntad y que, en últimas, solo sirve para prepararlo para la explotación laboral futura.
Arden las redes sociales (por un ratico) pero esa descripción no dista de la realidad. Y no es nueva. Susana y Calvin coinciden en la crítica al sistema educativo que limita el aprendizaje y entiende al niño más como “jarra de agua” a la que hay que llenar de información, para que, al terminar, sean sujetos obedientes y útiles al sistema productivo.
Para el filósofo Noam Chomsky «el sistema está elaborado para que los estudiantes venzan obstáculos, pero no para que aprendan, comprendan y exploren». Por nuestros lares, solo por mencionar algunos, desde Estanislao Zuleta hasta William Ospina y Julián de Zubiría han hecho críticas y propuestas al sistema educativo tradicional que se basa más en la noción de “desarrollo” que de “aprendizaje”. Con ellos nos preguntamos qué es la educación y cuál es la que se requiere en nuestra época.
En Colombia, como en buena parte del mundo, el sistema educativo es bastante obsoleto y falto de calidad; es cierto que el colegio también puede convertirse en un ambiente hostil y que los docentes mismos padecen de los rigores del sinsentido.
Sin embargo, Susana se queda corta y pierde contexto (quiero convencerme de que esto se debe a la misma limitación de tiempo de su intervención). Insisto, a la congresista le falta perspectiva. No se trata de “obligar a los niños a ir al colegio” ni de “violentar su voluntad”.
La complejidad es superlativa. En Colombia el acceso a la educación sigue siendo desigual e inequitativo. Y aquí, la educación es un derecho fundamental. Habría que cambiar el cuestionamiento: no es obligar el niño para que asista al colegio; es tener más colegios que estimulen tanto la creatividad y solidaridad que los niños quieran ir. Que se sientan en lugares seguros donde aprendan a ser compasivos. Donde la naturaleza los maraville. Donde la amistad los eduque.
En este país, no tener acceso a la educación es sinónimo de pobreza y exclusión. Las madres y padres de familia no son como los papás de Calvin. En condiciones ideales, la mamá y el papá (cuando están presentes los dos) trabajan y ocupan buena parte de las horas del día en el empleo. Aquí no hay posibilidad para dejar a la voluntad de un niño su decisión de ir o no a la escuela.
En plena crisis de la educación pública, el debate debería plantearse en términos de cómo aumentar la inversión en la educación, cómo mejorar las capacidades en las instituciones rurales; cómo lograr que las niñas no abandonen sus estudios; cómo acompañar a los docentes para que renueven sus metodologías; cómo reformular los sistemas de medición de docentes y estudiantes para que sean más amables y convoque más a la convivencia y menos a la competencia.
Quien llega a ser congresista tiene una responsabilidad altísima con el país y con la educación. Y para alguien graduado de la Universidad de Antioquia, en medio de la gravísima crisis que ésta atraviesa, la defensa de la universidad pública debería ser una prioridad. Ahora, lo que la congresista dijo no es ninguna novedad; lo que debería movilizarnos, más que su falta de estructura o de perspectiva, es que el sistema educativo sí requiere atención urgente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/