Buscando turbulencia

No alcancé a vivir la crisis bancaria de Colombia de 1999. No sentí lo que fue perder una casa, un trabajo o el sueño todas las noches. La crisis del 2008 vino y se fue durante mi niñez. Sé que se hablaba del tema, pero no recuerdo verla en las calles ni en los parques donde jugaba. Sí viví la crisis económica del COVID. Vi caer los comercios y la demanda en los encierros. Vi cómo el mundo cambió su percepción del trabajo y el valor. Una amiga gringa me contó cuando estudiaba en Ámsterdam que el gobierno le acababa de pasar mil quinientos dólares a su cuenta. Sentí envidia. Ella dijo: “disque para mover la economía y yo me voy es de paseo”.

Mientras estudiaba economía, se creó en el mundo un experimento que puso a prueba toda la teoría contenida en los libros para que los bancos centrales y los gobiernos aterrizaran un avión que no sabía cuánta gasolina tenía ni dónde estaba la pista. Esta analogía no es mía, es solo una expansión de un dicho que pobló la cabeza de millones de economistas entre 2022 y 2024: “soft landing” o aterrizaje suave. El problema era simple, y déjenme continuar con la analogía. Ya verán a dónde lleva todo esto. Digamos que la economía mundial era un avión que iba en un vuelo relativamente tranquilo. Lo que vivió el mundo en la segunda parte de los 2010s fue una inflación controlada, tasas de interés relativamente bajas y un desempleo normal. El vuelo iba bien.

El COVID sí causó una disrupción en los mercados que redujo la demanda. El COVID en el avión causa una turbulencia que toma a los pilotos desprevenidos y hace que se activen todas las medidas de seguridad. Repentinamente, el avión empieza a perder altura. Los gobiernos, en respuesta, estimularon la demanda artificialmente (por ejemplo, con los mil quinientos dólares con los que viajó mi amiga), y esto disparó los precios. Los pilotos deciden inyectarle muchísima gasolina al avión para ayudarlo a recuperar la altura. Esto, por un momento, logra que el avión se sienta otra vez bajo control y los pasajeros se acomodan nuevamente en sus asientos (aunque quizás distanciados). Pero esta inyección de dinero hace que se incremente la cantidad de billetes sin que se hayan creado más y mejores productos. Esto sube los precios de todo. La gasolina causa que los motores del avión se sobrecalienten y empiecen a ascender rápidamente, incomodando y poniendo en peligro nuevamente la estabilidad del vuelo. Ahora, los Bancos Centrales deben reducir la demanda y la circulación de dinero para que se controlen otra vez los precios (más demanda sube los precios; bajarla incentiva que se mantengan controlados). La herramienta principal para esto son las tasas de interés que fija el Banco Central. Los pilotos empiezan cuidadosamente a bajarle la potencia a las turbinas para controlar el ascenso y, eventualmente, volver a la estabilidad que gozaba el vuelo.

Toda esta analogía es para situar dónde estaba el mundo hasta los últimos meses. Parecía que los pilotos ya estaban logrando devolverle la estabilidad al vuelo. Los precios volvían a bajar y con ellos las tasas. Las economías iban a poder volver a una senda normal de crecimiento. Y a todas estas, el soft landing parecía haberse logrado. La mayoría de economías –incluyendo a Colombia– técnicamente no habían tenido una recesión. Era un hito para la política monetaria haber piloteado una crisis así de bien, a pesar del dolor que se sintió en las billeteras durante los últimos años.

A pesar de esto, los dolores en los bolsillos fueron reales. Los precios de muchos bienes obligaban a que los consumidores se rascaran la cabeza. La rabia, naturalmente, cayó sobre los líderes de turno. Coincidió la frustración con el año electoral más grande en la historia de la humanidad (por población): el 2024. El 80% de los partidos gobernantes perdieron. El público, todavía conmovido –aunque ahora no lo viera directamente– por los efectos del COVID, decidió cambiar al partido que había piloteado la crisis. En muchos casos fueron decisiones justas; en otros, uno podría observar que fueron sesgadas.

No obstante, estos cambios de liderazgo, muchos de los cuales llevaron al poder a populistas, le han entregado el timón a líderes más susceptibles a intereses de corto plazo. Y Trump, el piloto con el avión más grande del mundo, ha decidido ser él quien cause la turbulencia.

Es una crisis autogenerada, un disparo en el pie, un tropezón intencional. Llámelo como quiera, pero la irresponsabilidad de estos líderes populistas está causando una nueva turbulencia que generará, otra vez, malestar en las personas. Esta vez no hay COVID. Esta vez, realmente, son sus caprichos.

Entonces es importante escoger bien a quienes guían al avión. La turbulencia puede ser causada por razones externas –y hemos desarrollado instituciones para resistirla– o por causas internas. Estas últimas semanas han sido sorprendentes para quienes siguen los temas económicos por una cosa: es un avión que, efectivamente, tiene un piloto que puede desplomarlo cuando quiera, aunque millones de personas se hayan esforzado por construir el avión, hacerle mantenimiento y evitar que se estrelle contra otros. Trump, parece, lo quiere estrellar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

4.5/5 - (2 votos)

Compartir

Te podría interesar