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Nayib Bukele ganó cómodamente las elecciones de El Salvador el pasado 4 de febrero. El 85% de los salvadoreños votó por él, pues se encuentran satisfechos, sobre todo, por cómo ha mejorado la seguridad en el país. Pero Bukele también se ha caracterizado por ser intolerante a la crítica, eliminar los frenos y contrapesos, perseguir a la oposición, ordenar detenciones arbitrarias y otra serie de prácticas autoritarias. A la gente no parece importarle, siempre y cuando haya más seguridad. Por eso es tan preocupante que este modelo comience a exportarse a otros países de América Latina.

En Colombia, a pesar de nuestras dificultades, nunca hemos tenido que padecer una dictadura como las del cono sur o Centroamérica. Por eso, para muchos puede ser muy fácil decir que ojalá llegue una persona como Bukele a gobernar el país. Y con el desastre que ha sido el gobierno actual, no parece descabellado que esto ocurra en 2026. Pero desear eso es una completa insensatez: más aún si es por parte de profesionales que deberían estar más contextualizados, como abogados o politólogos.

Incluso, en el resto del continente, se siente que la democracia, que ha costado tanto trabajo construir, empieza a darse por sentado. Las personas de diferentes países de Latinoamérica empiezan a manifestar en redes sociales la voluntad de que en su país gobierne algún Bukelito -o Bukelita-, y aplauden las formas del presidente salvadoreño. Según el Informe Latinobarómetro del 2023, en 12 países de la región a la gente “no le importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas.”

Pregunto a quienes celebran lo que está ocurriendo en El Salvador: ¿No estarían preocupados si quien estuviera acabando con los frenos y contrapesos, cooptando la justicia y persiguiendo a la oposición fuera un presidente de izquierda? ¿no estarían reviviendo los fantasmas de Castro o de Chávez? ¿El problema no es que haya dictadura, sino que ésta sea de izquierda? A la última respondo yo: el problema es que haya dictadura; punto. Y puede que El Salvador siga teniendo un régimen democrático pero, si sigue así, puede no durarles mucho.

No podemos romantizar las formas autoritarias de gobernar sólo porque, aparentemente —porque la realidad es mucho más compleja— brinden buenos resultados de seguridad, desarrollo, ¡o de cualquier cosa! Reitero, mucha sangre, sudor y lágrimas les ha costado a las generaciones pasadas de la región que hoy tengamos regímenes democráticos. Sin embargo, esto no es prioridad para poblaciones como la de El Salvador, que han crecido bajo el asedio de las pandillas. Si el presidente pasa por encima de la constitución y las leyes para combatirlas, que haga lo que quiera mientras estemos tranquilos, ¿no? Un ejemplo de esto es que a miles no se les ha respetado el debido proceso y, de hecho, han sido capturados gracias a llamadas de denuncia, que como pueden tener sustento pueden no tenerlo. El resultado rápido que se busca es que el número de capturados crezca, sin importar si son culpables o inocentes. De ahí a que haya juicios colectivos de hasta 100 personas, en los que el veredicto indica si todos son inocentes o todos son culpables. Evaluar caso por caso se considera una pérdida de tiempo.

Si seguimos por el mismo camino, los latinoamericanos terminaremos vendiendo el alma al diablo. Debemos repasar nuestra historia, a ver si nos damos cuenta de que los gobiernos que prometen seguridad a costa de gobernar en permanente estado de excepción no son la solución a nuestros problemas. Estos deben solucionarse de manera más holística, generando oportunidades para romper con los ciclos de pobreza y fortaleciendo la transparencia institucional. No reconocer a un Bukelito en cualquiera de nuestros países puede terminar saliéndonos muy costoso: seguiremos con todos nuestros problemas de fondo como la falta de acceso a salud, vivienda o educación, y la sensación de seguridad que pueda generar un gobierno de este tipo, tarde o temprano, se esfumará.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mejia/

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