Borgen, ideología y buen gobierno

En Que no muera la Aspidistra, la novela de George Orwell, se dice que una convicción solo es real cuando se pone a prueba. Los principios éticos que profesamos, las causas que decimos defender, son solo palabrería si no hay un hecho que permita comprobar que realmente hay un compromiso con ciertas ideas.

Mi madre siempre nos ha dicho que prefiere un hijo muerto que ladrón, y que sería la primera en llamar a la policía si mi hermano o yo algún día decidiéramos delinquir. En su afirmación hay un compromiso ético más grande que el amor que nos tiene. Ella cree que la decencia es más importante que el amor. Pero, como nos dice Orwell, los principios no operan en abstracto, y es necesario ponerlos a prueba. En el caso de mi madre, siguiendo la premisa orwelliana, solo será posible saber si ella realmente piensa eso que dice cada que puede el día que tenga hijos delincuentes.

Las convicciones son, idealmente, el núcleo de la política. Cada político defiende un ideario por el que, se supone, es elegido. Sin embargo, el compromiso con los principios ideológicos se choca con los límites de lo que significa gobernar. Un buen gobernante es aquel que, en ciertas situaciones, decide actuar yendo en contra de sus convicciones políticas.

La ideología — entendiéndola como un conjunto de ideas que explica el mundo — puede ser problemática en escenarios particulares. Su principal debilidad radica en las posturas a priori, en los recetarios de actuación. Por ejemplo, un político de izquierda, por principio ideológico, está en contra de la guerra y la ocupación. ¿Pero debería un gobernante progresista estar en contra de toda guerra, incluso cuando el escenario alternativo es peor en términos éticos?

En el primer capítulo de la segunda temporada de Borgen, la maravillosa serie danesa, se plantea una situación que nos permite pensar los problemas de las preconcepciones ideológicas. Birgitte Nyborg, la primera ministra de Dinamarca, perteneciente al partido moderado, debe decidir si retira las tropas danesas de Afganistán. La decisión de Nyborg, siendo una política de centroizquierda, debería ser la de acabar con el apoyo danés a la invasión de Afganistán para derrotar a los talibanes. Sin embargo, retirar las tropas significa entregarle el control del país al fundamentalismo islámico. La primera ministra danesa decide, en esa ocasión, ir en contra de sus principios políticos y mantener el ejército en Afganistán.

Cuando Nyborg dejó de pensar en abstracto y evaluó sus convicciones políticas a la luz de una guerra particular, no solamente cambió de postura, sino que —y esto es lo más interesante— se dio cuenta de que lo más ético para la situación que estaba enfrentando era traicionar su postura política, al menos el principio de oposición a toda guerra. Más allá de si el capítulo es o no propaganda para justificar la intervención occidental en países no democráticos, me interesa la reflexión sobre los principios éticos y políticos en abstracto. Las convicciones ideológicas a priori dificultan ver el panorama completo de las situaciones. Los principios éticos en abstracto, que están en la base de toda ideología, son algunas veces enemigos de las buenas decisiones de gobierno. 

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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