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Antioquia, ¿destaparnos los pies?

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Mucho se ha dicho, escrito y conversado sobre la crisis que atraviesa Medellín en manos de un inmenso grupo de politiqueros nuevos y reciclados. Quiero precisamente empezar por ahí, el equipo que gobierna Medellín no es nuevo, no es el actual alcalde su máximo exponente, por el contrario, es solo el vehículo a través del cual toda la vieja clase politiquería tradicional antioqueña logró reencaucharse después de los gobiernos de Luís Pérez. No me dedicaré a contar en esta columna los demostrados nexos políticos y contractuales entre los peores clanes del departamento y la administración de Medellín, advertidos por algunos de nosotros desde la campaña, aunque sí debo decir que lo que nunca esperé es que además de Quintero, fuera Petro también su gran conector.

Un amplio sector de la ciudadanía en Medellín se ha dispuesto a construir un proyecto de ciudad que permita juntar diferentes actores en torno a un plan a mediano y largo plazo para darle sentido de transformación a los gobiernos de la ciudad, tal y como ocurrió en los noventa. Sabemos, se ha dicho, que no basta un acuerdo cosmético que se agote en el triunfo electoral y que con derrotar a Quintero no se resuelve la crisis de la ciudad. Sabemos también que hay que dejar de hablar de recuperar a Medellín porque es claro que lo que demanda este momento es dar un paso más, no es suficiente, ni pertinente, ni deseable, volver a lo que teníamos porque la ciudad cambió y sobre todo, la ciudadanía cambió.

Infortunadamente, mientras la mayoría de nosotros está en esa tarea, los empresarios de la política, los profesionales del engaño, los que no tienen límites éticos ni morales, los respaldados por masacradores, los del fraude universitario, los conservadores petristas, los de los fortines de Bello e Itagüí, los de las tulas de plata, los del saqueo en Medellín, se están organizando para dar un golpe contundente y tomarse también la Gobernación de Antioquia. Ya vimos esta semana cómo un impresentable candidato lanzó su campaña con una fiesta que, según cuentas de El Colombiano, no valió menos de $380 millones de pesos cuando el mismo personaje supuestamente se gastó en total $400 millones en su pasada campaña al Senado. Estamos ante una millonaria bofetada que debe generar una reacción similar a la que se viene proponiendo en Medellín.

Antioquia ha vivido tiempos difíciles. Las cifras demuestran que la guerra nos ha golpeado como a nadie en el país, tenemos presencia de, prácticamente, todos los grupos criminales del país; minería ilegal, cultivos de coca y tenemos también una pobreza inaceptable. El caos de Hidroituango y su consiguiente manejo político, la confusa situación jurídica del actual gobernador, las jugadas empresariales en contra de organizaciones que en muchos aspectos son orgullo de la región, la debacle de Medellín y un largo etcétera han golpeado largamente la autoestima de los antioqueños facilitando así el sometimiento a los clanes políticos y empresariales más leoninos.

Es momento de pensar con responsabilidad en Antioquia y de trabajar por unas propuestas políticas responsables y viables que impidan que la Gobernación repita la suerte de la Alcaldía de Medellín. No se puede tratar de un regionalismo superficial que es caldo de cultivo perfecto para el populismo, se trata de poner los ojos en todo lo que está en juego, de que la cobija alcance y de no destaparnos los pies por taparnos los hombros.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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