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Santiago Silva

Ampliar el círculo

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A finales del siglo III antes de cristo, y a mitad de su vida, Zenón de Citio perdió el barco que cargaba con todas sus riquezas en el mar Egeo. Desde la profundidad, el trabajo de toda una vida de comercio parecía señalar la desgracia que podía romper la vida de un hombre. Desorientado en el puerto de Atenas, según cuenta el recolector de citas y vidas de filósofos Diógenes Laercio, Zenón encontró algo de tranquilidad en una librería y luego de leer algo del segundo libro de la Memorabilia de Xenofón, le preguntó al librero en dónde podría encontrar personas como Sócrates. Justo en ese instante, el filósofo cínico Crátes pasaba por ahí y el librero lo señaló, “síguelo a él”, le dijo a Zenón.

Crátes era un maestro estricto e incluso cruel, haciendo pasar dificultades a Zenón, pero, sobre todo, la visión de desconexión y rebeldía de los cínicos decepcionó al antiguo comerciante, que pronto siguió su camino y terminó fundando su propia escuela filosófica. El lugar que escogió para dictar sus clases y tratar con sus discípulos fue el pórtico de la stoa, cerca de la Academia, su escuela se conocería como estoica. El estoicismo es diverso, pero en general, señala la importancia de reconocer una “razón universal”, un logos, que reúne a la divinidad, la fortuna y las leyes naturales, y en ese camino, desprenderse de las cosas que no podemos controlar para vivir “de acuerdo al logos”. Docenas de seguidores expandieron las ideas estoicas por el mediterráneo, convirtiéndola en una de las escuelas filosóficas más influentes de la antigüedad tardía. Al final de su vida y medio en broma, medio en serio, Zenón recordaba su vida pasada diciendo: “Realicé un próspero viaje cuando naufragué en el mar”.

Quizás uno de los estoicos menos conocidos, sea Hierocles. Sobreviven solo fragmentos de su obra, pero, aunque sea poco lo que sepamos de lo perdido, lo encontrado es profundamente valioso. Una de las ideas principales de Hierocles se sustenta en la Oikeiosis, propiedad de uno mismo, entendida como el primero de una serie de círculos concéntricos que de expanden entre más personas involucran en nuestra “preocupación por otros”. El primer círculo es solo nuestro, la propia Oikeiosis, nuestra preocupación por nosotros mismos, el siguiente incluye a familiares cercanos, el que sigue a nuestros conciudadanos, el siguiente a nuestros compatriotas, y así, hasta llegar al círculo más amplio, que incluye a toda la humanidad. Hierocles señalaba que la tarea de las personas virtuosas debía centrarse en atraer a las personas de los círculos exteriores a nuestro círculo más pequeño, haciendo de toda la humanidad nuestra preocupación.

Ideas como ésta y las de otros estoicos inauguraron la comprensión cosmopolita del estoicismo; el fundamento de comprender a la humanidad entera como familia y a los humanos como una comunidad de hermanos. Era una idea revolucionaria. Extender la comunidad humana más allá de las fronteras establecidas por la comunidad política, resultaba extraordinario para las sociedades localizadas y cerradas de la cuenca del mediterráneo.

La idea de que todos los seres humanos compartían una naturaleza común, un lazo fundamental a los ojos del logos, la razón universal de la divinidad, era extraordinaria y absolutamente novedosa. Tanto, que terminaría influyendo en el cosmopolitanismo del cristianismo y su pretensión universal, que llegaría al mundo un par de siglos después del auge de los primeros estoicos.

Para los estoicos la humanidad se unía en hermandad, los lazos filiales que tan importantes eran para griegos y romanos se extendían, de forma ficticia, pero consciente, para incluir a ciudadanos y no ciudadanos, bárbaros y esclavos. Miembros todos de la hermandad universal, nos enfrentamos a una tarea pendiente de convertir ese mandato lógico en realidad. Séneca, político y filósofo posterior y bastante influyente en las ideas estoicas, señalaba la importancia de “abrazar” dos repúblicas, las de conciudadanos y compatriotas, y otra grande y verdaderamente pública, que incluía a los dioses y a todos los hombres. La humanidad como los límites de la comunidad.

Y como gran círculo de preocupación, en la que incluimos a todas las personas.

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