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De Cúcuta a Caracas son cerca de 13 horas por vía terrestre. Nunca antes había ido a Venezuela. Viajaba por trabajo, acompañando a un grupo de deportistas, rugbistas colombianos invitados a un festival deportivo. El viaje ocurrió durante la época del desabastecimiento. Con cada parada del bus que nos llevaba, evidenciábamos la escasez de alimentos, productos de aseo y farmacéuticos. Eran más los establecimientos comerciales y paraderos cerrados que los abiertos, y las estaciones de gasolina eran las únicas funcionando. Recuerdo también llevar un fajo enorme de bolívares. El grupo estaba bajo mi responsabilidad y debía estar listo para comprar lo que se necesitara. No hubo que comprar, porque no había qué comprar.
La última carta que recibió mi amiga se la escribió su papá a máquina de escribir. Estaba ilusionado con las elecciones presidenciales del 2018 y creía que algo podía pasar. Su padre, abogado pensionado, recibe el equivalente mensual a 7 dólares. ¿Para qué le alcanza? Mi amiga, que vive hace 20 años en Colombia, ya no siente que Venezuela sea su país. No hay nada ni nadie que le devuelva la esperanza; siente desarraigo y dolor. Pero su padre de nuevo está ilusionado. El 28 de julio hay elecciones y, como siempre, algo va a pasar.
Al ver los videos de María Corina Machado y la oposición “unida”, muchos venezolanos están esperanzados, sienten que el cambio está cerca. No es para menos: ver los recorridos de la -candidata que no fue- es estremecedor. Llena plazas y calles enteras, la gente la quiere y le pide que salve al país. Su discurso ovacionado da pie para presentar a Edmundo González, un exdiplomático que ahora representa la única candidatura viable de la oposición. El señor se sube a la tarima y la fiesta termina.
Ya son 25 años del chavismo en el poder; la economía en caída libre, inflación disparada, mala gestión de la producción petrolera, 7 millones de migrantes expulsados por la falta de oportunidades y muchas otras realidades lo hacen pensar a uno que un cambio de gobierno es apenas justo y necesario. No se esperan unas elecciones libres y transparentes, pero la ilusión es lo único que el régimen no puede controlar. La revolución socialista prometió igualdad y el fin de la burguesía, pero alcanzó lo contrario: un país de pocos mega ricos y muchos pobres, lograron ser el país más desigual de América.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juanes-restrepo-castro/