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Como todavía a los empresarios antioqueños les huele maluco hacer política dura y de frente, le llaman a sus intereses electorales “preocupación por la agenda de ciudad”. Hagámosle a esos pobres ricos una complacencia, que bastante mal que les ha ido en estos últimos años por no dedicarle a la política la atención que se merece. Hablemos de la agenda de Medellín.

Celebramos un triunfo paupérrimo: que tenemos la tasa de desempleo más baja en los últimos 4 años, ubicada en 10.7%. Sin embargo, aunque por supuesto que me alegra que baje, tener un desempleo de 2 cifras es criminal y atenta directamente contra la calidad de vida y la cohesión de cualquier sociedad. Y aunque sé que esto depende de muchas condiciones que van más allá del quehacer de una Alcaldía, que haya más empleo debería ser un gran propósito de nuestra la sociedad.

Tres industrias que ya existen, prometen y, con la debida atención, podrían ser una respuesta para la falta de oportunidades laborales: el turismo, la música y el entretenimiento. Para todo lo anterior necesitamos una ciudad de, mínimo, habitantes bilingües con una mediana competencia en inglés, por no hablar de la necesidad de saber más idiomas. He ahí otra obsesión que deberíamos tener.

Por otro lado, nos creemos una maravilla del transporte público porque nos comparamos con el resto de Colombia pero, cuando fijamos la vista en otros países, nos falta mucho pelo pal’ moño. Necesitamos más líneas de Metro, más ciclorrutas, buses organizados cuyas rutas y horarios se puedan consultar digitalmente, que tengan un sistema de paradas y que cualquier ciudadano pueda, fácilmente, saber cuánto tarda en llegar el siguiente bus. La única solución a la eterna congestión es ofrecer un sistema de transporte público limpio, cómodo, rápido, barato, que realmente abarque toda la ciudad.

También, cuando nos comparamos más allá de Colombia, resaltan en nosotros algunos comportamientos de la edad de piedra, como el ruido permanente emitido por vehículos sin silenciador, las fiestas y discotecas sin ningún respeto por la normativa o conocimiento alguno de la insonorización, o el nulo respeto que inspira un peatón cruzando por una cebra. Estamos quedados en los avances cívicos del siglo XXI.

Ahí tienen, para que empecemos a pintar la casa.

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