Tipos de contenido

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Juana Botero

Activismos silenciadores

Te podría interesar

Elige el color del texto

Elige el color del texto

Escuchar artículo
PDF

Siempre ha sido mejor no hablar, mejor callar aquello que pensamos. Hemos sido culturas enjuiciadoras que le ponen la mano en la boca a todo lo que se salga de lo “normal”. Porque como grupos humanos vamos diciendo qué es tabú, qué es prohibido hablar en la mesa, en el trabajo, con los amigos, con la pareja, en ciertas edades, en ciertos lugares, etcétera.

Así, hacer referencia al sexo, al cuerpo, al futbol, a la política, a la pobreza, se ha vuelto un asunto complejo de abordar en estos siglos, seguro como antes hablar de brujería, de santería, de demonios o de los dioses. 

Para romper con esos silencios, siempre hemos contado con valientes activistas; mujeres y hombres que se salen de las filas, hacen ruido, incomodan, dicen sin ruborizarse palabras impensables – placer, aborto, menstruación, sexo, transexualidad, homosexualidad, tetas, juvenicidio, feminicidio, adultocentrismo, antropocentrismo, sexismo, falsos positivos-. Gente que, sin miedo, han hablado de política, denuncian a los funcionarios corruptos, mencionan las atrocidades ambientales que hacen algunas empresas, marchan con arengas pidiendo que se respeten derechos, que ponen de relieve los abusos contra los negros, indígenas, las mujeres; los activistas son unos irreverentes, incluso insolentes en algunos casos. Llenan con símbolos espacios para escandalizar, para poner agenda, para que los ojos se vuelquen a sus causas. Y aunque en principio las rechacen, ya son tema. Y ahí si como dicen “que hablen, mal o bien pero que hablen”.

Creo que pocos se declaran en la hoja de vida como activistas, pero la vida lo poniendo a uno ahí sin preguntarle demasiado, debe ser hasta un estereotipo, por bulloso, por crítico, por rompedor de filas seguramente. Es como un “gremiecillo” podría decirse, como los “del parche que sobran”. Sin embrago son o somos entre si, muy distintos, unos más académicos, otros más de opiniones fuertes en redes, otros ponen su energía en proyectos comunitarios, algunos emprenden social o ambientalmente, hay quienes con su vida expresan sus activismos, otros pocos lo hacemos de manea “corporativa”; y uno que otro se atreve a hacer política disruptiva.

Estos activistas hemos luchado -porque es el concepto- por conquistar la palabra, rompiendo silencios o creando conceptos. Pero últimamente, veo con curiosidad que los mismos que pedimos que se abrieran las compuertas del amurallado diccionario, hoy ya no dejamos hablar.

En reuniones con algunos de mis, podría decirse, colegas; me sorprendo viéndolos en discursos imposibles de comprender por un transeúnte inadvertido, pidiendo que no se usen un sin número de palabras. Que ya no se dice “menstruación”, que no se puede hablar de paz sin apellido, que no se dice territorio, que uno no piensa, sino que sentipiensa, que no se puede decir afro, que ahora por qué hablamos tanto de su tema, que nadie se puede hacer trenzas, que es irrespetuoso saludar o no saludar, que no se puede mirar, que si se puede, que no se puede interrumpir, que no se puede estar en desacuerdo, que si lo dice un joven es verdad. ¿será que nos empeliculamos creyendo que todo es adultocéntrico, patriarcal, racistas, discriminador y heteronormativo? Pero, además ¿ahora por qué silenciamos a otros si nacimos para romper silencios?

Veo con preocupación a personas adultas que, por cierto, han hecho mucho esfuerzo por deconstruirse y romper con las culturas que los educaron; con mucho miedo de hablar y de actuar, constantemente. Los lideres ya no saben sí pueden dar órdenes, los padres ya no saben cómo poner límites, los compañeros de trabajo ya no saben si hablarnos a las mujeres, en general; nadie sabe si puede decir una palabra, no está claro cuando se está violando mínimamente la causa de otro. Tal vez ante el más pequeño error pueda salir “trasquilado” públicamente.

Pero también entre los mismos activistas, las peleas dialécticas y conceptuales, son eternas. Lo que algún día nos juntó -cosas grandes- parece que hoy se perdiera en una carrera intelectual de quien se inventa el término más complicado y difícil de conjugar.

Vamos a empezar a parecer esas canciones que se van quitando las vocales de las palabras hasta que nos quedemos sin ninguna, porque ya no se pueden mencionar; terminaremos entonces solo tarareando. Porque si ya no se puede decir nada, tocará nuevamente vivir en el silencio ensombrecedor de realidades.

No creo que este bien que usemos las palabras de manera incorrecta por el valor cultural y el peso que ello significa. Pero tampoco creo que ahora sea mejor callar a todo el mundo o hacer una constante corrección a los demás, que temiendo hablar, serán los nuevos silenciados.

¿Podremos ser activistas y respetar todas las expresiones? ¿O solo de las nuestras? ¿vamos a moralizar ahora nosotros? ¿seremos los nuevos enjuiciadores? ¿seremos los creadores de las nuevas etiquetas de lo que creemos que está mal? ¿somos ahora los adalides de la moral que tanto criticamos antaño?

O ¿será que somos capaces de cambiar este sistema cíclico e infinito, de una vez por todas, y no tener más oprimidos, que después oprimen y así sin parar?.

Que dicha que a una mujer feminista no se le sea temida, o que a un joven se le pueda mentorear, a que a un líder social se le pueda preguntar por su causa y debatir, o que a un político disruptivo se le pueda hacer control, en fin; ¿será que podremos hablar entre humanos, sin que para hacerlo se necesite haberse formado en Derechos Humanos para ser un interlocutor válido?

¿Seremos capaces de volver a trabajar con colegas que, teniendo el mismo propósito, solo usan palabras y conceptos académicos distintos, pero que en el fondo son nuestros compañeros de causa?

¿Podremos construir con los que quieren aprender, pero que aún están en el camino? ¿tendremos la capacidad y la inteligencia para distinguir entre un comentario a las ideas y uno a las personas? ¿estaremos dispuestos a ver y reconocer acciones de amor y cuidado, con las palabras que sea que se use para describirlas, aunque no estemos de acuerdo con ellas? ¿estamos dispuestos a admitir que incluso nuestras causas tienen sus límites?

No creo que nadie tenga que ser silenciado, menos que viva con miedo. Ya muchos desde nuestras causas sabemos lo que eso significa y por ningún motivo debemos ser los perpetuadores de la vida temida.

5/5 - (14 votos)

Te podría interesar