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La desgracia del gran personaje

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Hay personajes que pueden darle forma al flujo de la historia. Doblarlo, haciéndolo dirigirse por un camino que les es más conveniente. Pero el flujo no se detiene y las fuentes que lo alimentan son muchas. En cualquier momento, y sin consideración de los planes del “gran personaje” el cause toma otro curso y derrumba todo lo que habían construido. En su biografía de Napoleón Bonaparte, el historiador británico Paul Johnson señala que el emperador francés vio derrumbado su poder por errores cometidos, pero, sobre todo, porque el mundo lo dejó atrás. Napoleón había navegado con mucha habilidad las incertidumbres de finales del siglo XVIII. No solo las de Francia y su revolución, sino las de Europa, transitando entre el absolutismo con rezagos de feudalismo hacia el nacionalismo y la industria.

Los momentos le fueron propicios para su ascenso, señala Johnson. El mismo Napoleón, obsesionado con el concepto de fortuna de los antiguos romanos, habría estado de acuerdo. La diosa fortuna se representa precisamente como una rueda, que gira con capricho, que beneficia a unos y perjudica a otros, pero ninguna regla general, sino el caos, define sus movimientos.

Por eso mismo, la novedad que representaba Napoleón en la tumultuosa década de 1790, no esa sino vejez y retardo en la década de 1810. La fortuna, que hasta ese momento mantuvo su estrella, simplemente se puso en su contra. El personaje más poderoso y hábil podrá resistir los primeros embates de la diosa, pero al final la derrota es inevitable. El final de derrota y exilio del general francés no solo fue consecuencia de sus errores personales, fue sobre todo que el mundo había cambiado e incluso, señala Johnson con ironía, que los cambios que él mismo había ayudado a adelantar -como la promoción del nacionalismo de corte francés en otros países de Europa- ahora jugaban en su contra. El flujo, como dije, corrige curso, o sigue por dónde debería ir. Encauzar la historia, querer aprisionarla a los deseos de una persona, es peligroso.

Todos los “grandes personajes” -políticos, generales, conquistadores- que suponen que hacen historia, en ocasiones solo son personajes secundarios de un drama que no tiene en cuenta a sus protagonistas. Por eso la mayoría de manuales sensatos sobre hacer política advierten sobre la suerte, sus caprichos, que no son otra cosa que el flujo de los grandes acontecimientos. El escritor español José Martínez Ruiz dice que todo el que se meta en estos asuntos debe reservar al menos una parte de su buena fortuna “para cuando las fuerzas le falten y llegue el momento de la retirada, o para cuando habiendo llegado al mundo nuevos aires, nuevos procedimientos, nuevas ideas, él sienta inútil, o, lo que es peor, sin serlo, lo repute por inútil la muchedumbre” (El Político, pp. 55).

Pero este consejo es excepción. Los grandes personajes, casi siempre, evitan imaginar que el mundo los dejará atrás. E insisten. Y el flujo de la historia simplemente los supera.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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