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El tiempo libre es un delirio

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El primer día de clase le pregunto a cada estudiante qué le interesa o que le gusta hacer, más allá de la carrera que eligió. Dudan, se miran entre ellos y emerge alguna sonrisita nerviosa. Parece que estuvieran estrenando esta pregunta. Unos cuantos que responden con agilidad son, casi siempre, deportistas: cuentan que entrenan, que compiten. Alguno otro dice que le gusta leer, pero titubea cuando las preguntas avanzan en el sentido de “qué te gusta leer”.

En uno de los grupos, un chico empezó su respuesta con la expresión “en mi tiempo libre…”. Una línea común, que parece ingenua pero que tienen una carga simbólica muy alta: sintetiza de manera perfecta nuestra contemporaneidad. Asumimos que el día acontece en bloques, con unas “horas encarceladas” que empiezan una vez se entra al salón o al espacio de trabajo y que terminan cuando salimos de allí.

Por fuera de esos bloques, el tiempo, que es vida, asume cierta condición de “libertad”. Como si en ese nuevo espacio tuviéramos autorización para ser más genuinos. Pareciera que “tiempo libre” es sinónimo de “ahora sí puedo ser yo”.

Lo paradójico es que nuestro anhelo de libertad, de “poder ser” se construye entre límites que nosotros mismos creamos. Vivimos con la tentación permanente de desintegrar y de categorizar; y, lo que pasa, es que terminamos haciendo de nuestra rutina diaria una seguidilla de pequeñas cárceles. Es decir, aquello que denominan “tiempo libre”, es solo un eufemismo, una ilusión. Son horas en las que nos creemos autónomos; sin embargo, solo estamos ingresando a otra celda.

Separar el todo en partes tiene una función que es más que práctica: nos ayuda a analizar. Pero, no es suficiente. Nos corresponde volver a unir, a sintetizar, para comprender. La vida no acontece entre bloques independientes ni se rige solo por los roles que asumimos; aunque, claro, los contextos son distintos y en medio de cada circunstancia aflorarán más unas características de la personalidad que otras.

Lo fundamental en esta reflexión, creo, es abrazar nuestra identidad de manera compleja; rica en matices, que se exprese durante todo el día sin “auto encarcelamientos”. No hay “tiempo libre” sin “tiempo preso”, y romper con esos extremos es precisamente lo revolucionario. No se trata de caer en los clichés de los discursos mediáticos parecidos a “si trabajas en lo que te gusta nunca trabajarás”.

Es, más bien, asumir que nuestra condición de seres humanos no es estática ni cerrada y que, en cada minuto del día, en el más mínimo acto que realizamos, sucede la maravilla: al mismo tiempo se agota y se engrandece nuestra propia vida.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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