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Hay una pregunta que le gusta hacer a Peter Thiel, el reconocido inversor de Silicon Valley, durante una entrevista de trabajo o una cena. Es esta: «¿En qué verdad importante muy pocas personas están de acuerdo contigo?» No es una pregunta fácil, ya que puede dar vértigo a tu mente, puesto que te obliga a ir más allá de las respuestas convencionales. Si no estás preparado con una respuesta que pueda llamar la atención de Thiel, quien fue uno de los fundadores de PayPal junto a Elon Musk, corres el riesgo de decir algo banal, obvio o de quedarte congelado.
Pero si logras ir más allá de lo que damos por sentado con tu respuesta, adquieres una nueva perspectiva que te lleva a enfocarte en nuevas posibilidades, a ver lo que hasta el momento no logras ver. Además, si eres consecuente con la respuesta que encuentras, empiezas a hacer cosas distintas y, por ende, a lograr resultados diferentes. Es una pregunta que te puede abrir a la innovación.
Entonces, ¿por qué no pedir prestada la pregunta de Peter Thiel y aplicarla a lo que hoy vive la ciudad de Medellín? ¿Por qué no hacemos el ejercicio de preguntarnos: «¿En qué verdad importante sobre Medellín muy pocas personas están de acuerdo contigo?».
Al permitir que esta pregunta te penetre, te darás cuenta de que las primeras respuestas que surgen son las verdades que siempre te has contado; es la narrativa obvia, la de siempre.
Sobre Medellín, hay varias verdades compartidas: la desigualdad, la fragmentación de clases sociales, la cultura narco, el conflicto social. No faltan quienes mencionan a este alcalde o a alcaldes anteriores para explicar el deterioro que hoy vive la ciudad. Pero, ¿qué tal si vamos más allá de las explicaciones de siempre? ¿Qué tal si por un momento suspendemos las respuestas conocidas, hacemos silencio en nuestra mente y buscamos una verdad más profunda que posiblemente nos invite a un cambio real de postura y comportamiento? ¿Qué tal si abrimos los ojos y despertamos a una verdad originaria?
Hice el ejercicio y quiero compartir lo que he observado, la verdad que he encontrado. Es esta: en Medellín hoy no hay conspiración. Voy a ser más explícito: no hay una conspiración a gran escala para el bien de la ciudad.
Por supuesto, no faltan aquellos que conspiran y que incluso tienen intenciones nobles. Pero estas conspiraciones son limitadas porque se promueven entre miembros del mismo círculo, club, tribu o parroquia. Se conspira con aquellos que piensan de manera similar, te admiran, te aplauden, tienen apellidos parecidos, o viven en la misma cuadra que tú. Se conspira con los mismos, pretendiendo tener la solución para todos.
De esta manera, y a pesar de las intenciones, la conspiración se convierte meramente en una defensa de tu marca, tu empresa, tu proceso social o en un ejercicio de hegemonía que termina excluyendo a aquellos que piensan, sienten y viven de manera diferente, a pesar de quienes son tus críticos. Esto puede ser porque los miras desde arriba hacia abajo, los envidias o los ves como enemigos. La conspiración termina siendo pequeña y mediocre.
El resultado es que en lugar de generar un ecosistema de innovación y transformación (y un ecosistema necesariamente requiere la incorporación de especies diversas), lo que hay son dinámicas limitadas entre algunas tribus, entre pequeñas logias de poder que pretenden entender y dominar la ciudad. Medellín es hoy una sociedad de conspiración limitada.
Mientras tanto, la ciudad necesita una conspiración amplia, generosa, visionaria y valiente. Necesita de una cooperación capaz de romper paradigmas, barreras ideológicas, económicas, sociales y territoriales. No necesita más separación entre lo político, lo económico y lo social, sino una integración aún más amplia y profunda. Hoy en día, Medellín necesita una conspiración que transforme incluso a aquellos que forman parte de ella.
En mi vida he tenido el privilegio de vivir una conspiración amplia, generosa y transformadora. Fue una experiencia que me marcó profundamente. Me refiero a esa red diversa de ciudadanos que en los años ochenta y noventa conspiraron para sacar la mafia de la alcaldía de Palermo, en Sicilia, y lo lograron.
Fue una conspiración entre católicos y comunistas, progresistas y conservadores, sindicalistas y emprendedores, intelectuales y líderes sociales, burgueses y obreros, quienes se atrevieron a dejar a un lado sus ambiciones individuales, sus rivalidades históricas y sus diferencias atávicas, para construir algo más grande, bonito y útil para la ciudad. Tuvieron el coraje de poner en juego sus propias identidades y pertenencias. Juntos, lograron cambiar el código cultural de Palermo. Hoy, lo que duele de Medellín es que no hay esa valentía y esa visión, ni siquiera entre los líderes más iluminados. Para que una verdadera conspiración pueda suceder en la ciudad, es necesario empezar por dejar de mirarse el ombligo, levantar la mirada, abrir los recintos y encontrarse con el otro para conspirar juntos, como iguales, y así no solo hacer cosas nuevas, sino hacer nuevas las cosas.