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En la era de la innovación social, del agilismo y las iteraciones, se fue escapando hacer una pausa significativa entre el problema y la solución. Nos lanzamos con mucha velocidad a “echar globos” con posibles soluciones a problemas complejos, desestimados por la levedad de una breve observación.

Las lluvias de ideas son ahora chubascos. Sin una sombrilla suficientemente protectora, se corre el peligro de ser aplastado por alguna idea innovadora. Los post-it se han vuelto un artilugio infaltable en nuestros escritorios y en los talleres empresariales. Son la representación de la idea. En ellos se pretende que quepan teorías que cambien el mundo. Papelitos cuadrados de 76 X 79 milímetros tienen ahora la pesada tarea de contener brillantes pensamientos que le den la vuelta a problemas complejísimos y que, por arte de magia, con una peguita instalados sobre un papelógrafo, se conviertan en una revolución.

Esos tales papelitos contienen, como lo máximo, media frase, y se pretende que digan algo importante. En cualquiera de esos talleres, donde se llena una pared completa de papelitos rosados, verde chillón, azul cielo y naranja chaleco salvavidas, se quiere asegurar el éxito atiborrando el espacio. La gente participa un montón, hay grandes ideas y quedamos dichosos después de asistir a esos aguaceros de propuestas.

La tarea más compleja y atrevida la tienen después quienes “sistematizan” los papelitos para encontrar algo bueno en medio de una montaña de colores y de palabras imposibles de descifrar. Tarea difícil porque, seamos honestos, las personas que participan en los tales talleres  “escupen” ideas e ideas e ideas sin parar, más dedicados a  demostrar lo creativos y rápidos que son, que a expresar algo aportante, como si pretendieran escribir para no ser leídos o comprendidos, lo que al final sucede.

Hemos evitado ser más reflexivos sobre los problemas; más grave aún, no sabemos qué es un problema. Nos fastidian tanto que queremos salir a toda prisa de las conversaciones sobre ellos y les cambiamos hasta el nombre. Ahora se les dice “retos” para que un eufemismo matice el temor que les tenemos. Huimos de la dificultad y de los problemas como de la peste.

De forma anticipada, asumimos que entendemos el problema y tratamos con frases patéticas y repetidas llegar al quid del asunto. Nos parecen tan obvios que no nos detenemos a preguntarnos por las causas, por las conexiones con otros problemas, por la profundidad, el tamaño y la duración. No hacemos tampoco una lectura juiciosa de las distintas interpretaciones sobre éste; asumimos que los problemas son tan evidentes que todos los vemos igual. Pero no es así.

Esta semana asistí, como polizona, a una clase de valor público; no tenía que estar ahí, pero agradecí la invitación. Aprendí del profesor sobre la importancia de enamorarnos de los problemas y no solo de las soluciones. Sobre la relevancia de tener un “buen problema” como punto de partida para sumar visiones, comprensiones, ángulos y voluntades para, ahí sí, buscar soluciones.

El profesor recalcaba que las grandes misiones en las que nos embarcamos como sociedad necesitan estar antecedidas por buenos problemas. Citaba a la mujer que inspiró esa clase, Mariana Mazzucato, quien, en su libro Misión Economía, una guía para cambiar el capitalismo, habla de la importancia de una mirada común, un problema común que nos movilice con ingenio hacia la solución.  

Hay que parar, comprender qué es aquello que queremos solucionar. Puede ser más o menos entendible la impaciencia que nos impulsa a hablar y debatir problemas, -personalmente me aburro pronto y quiero prender los motores de inmediato para crear-. Pero el llamado es claro. Perdemos mucha energía en proyectos que no comprendieron el fondo de las necesidades; perdemos también recursos de todo tipo mientras nos embelesamos con soluciones de las que nos enamoramos, aunque no solucionen nada, por el siemple hecho de no haber comprendido lo que debían solucionar.

No significa que seamos lentos, ni dormidos, pero sí seres más reflexivos, más críticos, más curiosos, más rigurosos en la escucha. El mundo de los logros a toda costa, de la orientación al resultado, de los indicadores de gestión más que los de impacto, nos ha hecho perder mucha energía. Se están fugando nuestras fuerzas en ganar la carrera del más veloz y creativo, pero conviene detenernos para evaluar si lo estamos haciendo bien.

Los enunciados principales de los problemas de la humanidad ya están puestos: pobreza, hambre, inequidad, injusticia de género, cambio climático, matrimonio infantil, escasez de agua, obesidad, falta de acceso a salud, corrupción, en fin, son los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible en los que nos pusimos de acuerdo hace ya más de siete años y sobre los que todos los países miembros de Naciones Unidas firmaron para ponerles fin antes del 2030.

Agenda hay. No hay que ser demasiado creativo para buscar tema, pero ¿entendemos esos problemas? ¿Cuánto tiempo hemos dedicado a comprender, por ejemplo, qué significa la pobreza en nuestros territorios? ¿Sabemos qué significa ser pobre? ¿Cómo se mide? ¿Quién lo mide? ¿Qué variables se cruzan? ¿Cuál es la meta para el 2030? ¿Cuál es el rol de la sociedad civil o de la empresa en la erradicación de la pobreza? Esto solo por nombrar el objetivo 1 de los ODS, pero nos pasaría igual con los 16 restantes.

Hay cientos de iniciativas, miles de proyectos, millones de recursos invertidos en soluciones. ¿Pero sabemos cuál es el problema? ¿El buen problema? ¿Tenemos líderes que sepan movilizarnos hacia ellos? ¿Que nos ayuden a comprenderlos? ¿Podremos ponernos de acuerdo en una misión común que tenga una visión común de los problemas?

El rol de un líder también es el de ser capaz de mostrar con claridad un problema, incidir y motivar para que todos los veamos. Solo eso puede ser el punto de inflexión para que exista la movilización coherente frente a un mismo propósito.

Necesitamos también esos líderes que nos ayuden a tener un buen problema.

Y cabe preguntar también, como para entender el problema: ¿tenemos los líderes adecuados y preparados para que sin la prisa de los resultados, sin la presión de los indicadores, sin el afán del prestigio y el reconocimiento, nos guíen lenta y profundamente a entender a fondo los problema sin eufemismos, sin huir de ellos, y validar que quien entiende claramente el problema ya tiene la solución?

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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