Escuchar artículo

En el 2012 vi a Eduardo Galeano a la salida del “Cilindro de Avellaneda” luego de un Racing vs Banfield. Era el último partido de la fecha. Los dos equipos no jugaban por nada y, pese a ello, la Guardia Imperial, la barra popular de Racing, llenó la tribuna y cantó todo el partido. Incluso a mí, que vivo en la ciudad más futbolera de Colombia, que soy hincha del equipo que mete 20.000 personas por partido, me resultaba incomprensible tal nivel de devoción.

La anécdota se volvió más memorable cuando, luego de que se terminó el partido, me encontré a Galeano y su a esposa en un puesto de comida hablando con varios hinchas mientras esperaban una hamburguesa. Él, que en Argentina simpatizaba con San Lorenzo y con Boca, fue también a ver un partido anecdótico, sin ninguna razón más que disfrutar de un juego. Ese señor ­— que alguna vez en la víspera de un mundial colgó un cartel afuera de su casa que decía “cerrado por fútbol”, que religiosamente veía 64 partidos cada cuatro años ­— era un fiel como pocos. Tenía casi todos los sacramentos: había visto a Pelé en el 70 y a Maradona en el 86. Vio jugar al Barcelona de Pep Guardiola y al Boca de Bianchi.  Galeano era un devoto convencido, — como los de la Guardia Imperial—y asistía, como es debido, cada que podía a alguna cancha. Ese día, por ejemplo, estuvo en un partido intrascendente sólo por el hecho de ver fútbol, por la necesidad de estar en un estadio mientras sucede una de las mejores cosas que tiene la vida.       

El domingo pasado empezó el mundial más horrible de mi historia. Ni siquiera ese desteñido Alemania 2006 puede compararse con lo que estoy sintiendo en Qatar 2020. La razón es muy simple y permítanme lo azucarado: no va a estar, pese a tener un gran equipo, mi gran amor en el fútbol. De los siete mundiales en los que he tenido plena conciencia, Colombia no ha estado en cuatro ¡Una catástrofe! En este mundial, con los de mi edad, vamos a completar el antirécord: tener más mundiales vistos sin la selección Colombia que con ella.

Que la selección no juegue le quita mucha magia al mundial. Sin embargo, lo voy a ver, lo tengo que ver. Es una cuestión de credo. Por más que reniegue e insulte, por más que grite o les escriba a mis amigos todos los días el mismo mensaje: “cómo no fuimos al mundial”.  A pesar de que rememore el mano a mano de Duván Zapata en el Parque Central, o la jugada en la que Borja, inexplicablemente, falló un gol en la línea el día del desastre contra Perú, me sentaré frente al televisor todas las veces que pueda durante el próximo mes. Porque así no me vaya a volver loco de alegría cantando un gol ­— como lo hice en los anteriores dos mundiales­­— yo soy de la misma especie que Galeano y los de la Guardia Imperial, de esos fieles que cerramos por fútbol.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

4/5 - (5 votos)

Compartir

Te podría interesar