Cartas de viaje: en la cabeza del Jaguar

Cartas de viaje: en la cabeza del Jaguar

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Atravesé de nuevo el Atlántico rumbo a una tierra mágica, la bisagra que conecta el pensamiento occidental con el pensamiento indígena. Llegué al centro del Amazonas acompañada de un grupo de hombres y mujeres occidentales que nos sumergimos en la selva con una mochila, hamacas, botas y la disposición de aprender de nuestros hermanos mayores: los Indígenas amazónicos. Tuvimos el privilegio de llegar a la Cabeza del Jaguar donde con amor se abre el espacio de la Fundación Gaia que trabaja por una causa grande: la protección, el cuidado y la defensa de uno de las culturas y los territorios más sagrados del planeta.  

Entre el mambe y el tabaco, en el banquito de aprendices conversamos durante varios días con sabios indígenas y su hermano Martin Von Hildebrant, un verdadero héroe de este siglo a quien no tendremos suficiente tiempo para agradecer por su sueño, su camino y, sobre todo, su dulzura; este hombre enorme de corazón quien, en sus palabras, se casó con la selva, puede contar una historia que parece de ficción.  Gracias a su trabajo y convicción, entre tantos logros,  le han sido devueltas 26 millones de hectáreas amazónicas a sus cuidadores los indígenas y, con ello, a la humanidad.

Tuvimos el honor de escuchar de su voz, entre pausa y pausa, los cuentos de origen y la cosmogonía de los pueblos amazónicos, las historias detrás de las tierras conservadas, la importancia de los ríos voladores, los relatos increíbles de 50 años navegando a remo el Amazonas, el Caquetá y el Apaporis. Saboreamos cada palabra del relato de su aventura interminable y escuchamos con atención sobre los retos que hoy tenemos como planeta, todos posibles de superar con un poco de conocimiento y mucha voluntad. Pudimos ser testigos de su relación con los hombres, mujeres y niños indígenas y ver como se cruzaban sus miradas con complicidad y respeto recíproco, uno que han tejido hebra a hebra, con paciencia, tiempo y sobre todo con cariño, para que aparezca un canasto que puede contenernos a todos.

Aprendimos mucho más de lo que la limitada cabeza es capaz de procesar, pero todo lo que el corazón es capaz de albergar, de comprender y sobre todo de recordar. Que en la escucha silenciosa están todas las respuestas. Que la manigua no solo se piensa, sino que se siente, se escucha con completa rendición para que su magia pueda abrazarnos y con-templarnos desde sus raíces hasta las estrellas.

Aprendimos que somos amazónicos, hijos de esta tierra que es a la vez un privilegio y un destino que ha sido pensado por el universo para nosotros. Nos han dado territorio, abundancia, maloca y hermanos en este mundo ubicado en el medio entre el jaguar padre y la anaconda madre. Existimos gracias al matrimonio sagrado del cosmos luz y la tierra agua.

Aprendimos que estamos sostenidos siempre. Que debajo de cada árbol existen once madres, de once veces su tamaño, que lo sostienen al igual que sostienen nuestros pasos. Que el arcoíris, pintando mariposas blancas a orillas del río, dio origen a la escritura. Escuchamos serpientes que cantan en la selva; caminamos entre lianas que hacen escaleras para que baje la luna. Bailamos en el espacio de los cantores de una maloca; nos bañamos en el rio observados por delfines; compartimos casa con las ranas y nos arrullaron las chicharras.

Caminamos en la noche sobre hojas que se iluminan, comprendimos en la selva que si hay dos árboles es suficiente para guindar una hamaca y hacer un hogar. Que se pide permiso a los espíritus para entrar a la selva. Que el calendario eco cósmico no se parece al gregoriano. Que cada tiempo tiene sus frutos, su ritmo y su ritual. Tuvimos la hermosa lección de escuchar y decir que cuando no coinciden nuestras visiones, simplemente “así está bueno para usted…”.

Aprendimos la importancia de nombrar los vínculos para que las relaciones existan, porque si no  se nombran, no hay nada entre las personas, no hay nada entre nosotros y la tierra.  

Fuimos conscientes de que conocemos poco de este lado del río y que ignoramos que somos un país compuesto por 45% de selva que es nuestra identidad perdida.

Gracias a Martin, comprendimos que los humanos no sobramos, que el argumento de que la tierra no nos necesita no hace parte de su cosmogonía, y que todos tenemos un lugar que simplemente hay que ordenar y acomodar donde pertenece, y que la tierra nos puso aquí para que, a través nuestro, se pueda celebrar a sí misma. 

En esa celebración es que podemos vincularnos con lo demás en un ejercicio de reciprocidad que toma lo que necesita y entrega lo que tiene. Y que podemos contar los cuentos que engrandecen el origen, endulzar las palabras y ser comunidad que se sostiene con la vida en el centro.

Entendimos que hay que curarnos de nuestros deseos de abarcarlo todo, de la locura de acumular sin comprender la abundancia, curar la mirada enferma que ve como recursos a la tierra y a los animales, curar la soberbia que no nos permite aprender de los mayores indígenas, curar nuestro cuerpo que si se enferma, es el síntoma de que algo más grande está enfermo.

Hay que abrir un espacio dentro de nuestro corazón y de nuestra mente para comprender la grandeza de lo que nos ha sido dado y la responsabilidad que tenemos como colaboradores del orden del universo porque no hay un plan B, no hay planeta de repuesto ni comunidades indígenas de sobra. Es aquí y ahora, porque no hay allá ni después.

El llamado es a re-ligarnos con lo que somos para que estos cuentos sean nuestros cuentos, que este propósito de cuidar nuestro patrimonio cultural y natural sea el sueño colectivo del Sur para construir conjuntamente lo que Martín llama el “Sendero de la Anaconda”; el que une siete países Andinos, Amazónicos y Atlánticos en un corredor de 260 millones de hectáreas para poner la vida en el centro. La vida de todos.

Gracias a la selva por devolverme con el corazón enmaniguado de vuelta al otro lado del océano para poder cantar allá sus cuentos. Gracias por recordarme que tengo tierra, que tengo vínculos, que estoy sostenida y que tengo mucho para entregar en reciprocidad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juana-botero/

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