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Pablo Múnera

Un país sin diagnósticos

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Es frecuente escuchar que el país, la ciudad y nuestras organizaciones están sobrediagnosticadas. Contrario a esta percepción generalizada, considero que si algo nos falta en estas latitudes es diagnósticos. Tengo varios argumentos para sustentar esta afirmación, pero enfatizaré en dos.    

Nos enfocamos más en los síntomas que en las causas de los problemas. Nos sobran datos y cifras, unas confiables y acertadas y otras no tanto. También son muy evidentes los síntomas: pobreza, violencia, inseguridad, corrupción, narcotráfico, desempleo, contaminación, déficit cuantitativo y cualitativo en educación, entre otros males; y algunas fortalezas: biodiverso, resiliente, alegre, etc. Todos tangibles u obvios.

Las estadísticas los confirman, aunque a veces no sean necesarias por redundantes: son demasiado fehacientes. Por eso las soluciones y propuestas suelen ser tautológicas: más y mejor educación, menos violencia, combatir la corrupción, aumentar el empleo, cuidar el medio ambiente, bla, bla, bla. Para eso no se necesitan estudios rigurosos.

Nuestros diagnósticos suelen reflejar nuestros problemas, no desentrañar sus causas; son más análisis (descomposición) que síntesis (recomposición). Por eso, en estricto sensu, no son diagnósticos; si mucho análisis y casi siempre reduccionistas.

Aunque en las comparaciones hay que tener más cuidado con lo que no aplica que con lo que aplica, me permito hacer una analogía con la medicina. Usted puede tener dificultades para respirar y puede parecer muy evidente que su problema es respiratorio, pero luego de un exhaustivo chequeo y la revisión de su historia clínica (análisis), el médico puede llegar a la conclusión (síntesis o diagnóstico) de que su problema está en el sistema digestivo, así los síntomas sean respiratorios. La calidad y claridad en el diagnóstico es tan determinante, que si se le trata el síntoma pueden avanzar las causas a un estado irreversible. Un cáncer de colon, por ejemplo.

Y si un mal diagnóstico en el individuo puede ser fatal, en lo social puede ser catastrófico. Estamos convencidos, por ejemplo, de que el narcotráfico es la causa de muchos de nuestros problemas, lo cual es innegable, pero también es indiscutible que es la consecuencia de males más profundos. Lo mismo podría decirse de la guerrilla y del paramilitarismo. Cuando los consideramos solo causas, terminamos adoptando “soluciones” únicamente represivas y disparándole a las consecuencias. Desconocemos o no reconocemos que pueden ser también una consecuencia de problemas más profundos y estructurales.  

Estas explicaciones distorsionadas o cuando menos simplistas de los fenómenos sociales son los que nos llevan a ver y asumir la vida y las diferencias desde los extremos: los buenos y los malos; la “gente de bien” y “los bandidos”, los que son la solución y los que son el problema, por citar solo algunas de las clasificaciones de los polarizadores, que son o somos mayoría. Como diría el gran Edgar Morin, somos clasificadores, clasificados por nuestras clasificaciones. He aquí la conexión con el segundo argumento que quiero esgrimir.  

Nuestros diagnósticos son incompletos e inútiles. Valga aclarar, de entrada, que todos los diagnósticos, por buenos que sean, siempre serán incompletos. Los nuestros, sin embargo, son tanto, que terminan siendo inútiles para plantear y desarrollar acciones que solucionen, de fondo, nuestros problemas. Son ineficientes e ineficaces.

Además de las causas señaladas en el primer punto, nuestros diagnósticos son tan incompletos y errados, porque de los mismos se excluye, como problema, a los grandes empresarios y a la alta dirigencia empresarial.

Reconozco lo duro que es hacer empresa y más si es grande. Es innegable el invaluable aporte de esos empresarios y dirigentes a la solución de muchos problemas de nuestro país, pero es bastante cuestionable que, salvo alusiones abstractas, no asuman también su cuota como causantes de muchos de los males mencionados párrafos atrás.

Se presentan como solución, nunca como problema. Les fastidia la tentación mesiánica de los uribes o los petro, al tiempo que se presentan siempre como salvadores de la patria con el manido argumento de que crean y “dan” empleo, como suelen hacerlos los calles y los hernández. La generación de empleo es una consecuencia lógica de la creación y el crecimiento de las empresas. Estas se crean para generar utilidades y eso está bien mientras no sea a cualquier costo ni en cantidades tan desproporcionadas que atenten contra el bienestar y la estabilidad social.

Se les olvida que tienen responsabilidad directa en probados asuntos como la cartelización empresarial (un atentado contra la economía de mercado que tanto dicen valorar y promover), en tantos y sonados casos de corrupción privada (Odebrech, Interbolsa, etc.), en el despojo de tierras a campesinos, o en su contubernio con actores políticos para cooptar el estado y la economía, porque es claro que sin corrupción privada sería prácticamente imposible la corrupción pública.   

Su soberbia no les ha permitido a muchos siquiera reconocerse como víctimas del conflicto armado en Colombia, para no mostrar señales de debilidad y de paso seguir en su tozuda posición de que aquí lo que hay es bandoleros, bandidos y delincuentes, pero no ha habido conflicto armado.

Y como en el país, en nuestros departamentos, ciudades, empresas y organizaciones se repite la historia. Los diagnósticos no incluyen como problema casi nunca a la cúpula directiva. Eso pasa hasta en los partidos políticos de izquierda y en las organizaciones sindicales, que por su naturaleza debería ser más autocríticas. Por eso seguimos viendo en los altos mandos a los mismos con las mismas; a sus elegidos o herederos, como en las castas o monarquías, repitiendo la misma historia.

Mientras sigamos haciendo “diagnósticos” sobre los síntomas y no sobre la causa de los problemas, utilizando la típica fórmula populista de aludir (a lo obvio) para eludir (lo latente); y mientras los grandes empresarios y la alta clase dirigente empresarial se excluyan del lado problemático de la ecuación, manteniendo su arrogancia y postura mesiánica, no habrá solución de fondo a nada. Parafraseando a William Ospina, así no se acabará la vaina ni será suficiente con toda la franja amarilla para solucionar nuestros males de fondo. Seguiremos sobreviviendo, asfixiados, en este mierdero tricolor.

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