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Salomé Beyer

Acercarse a la mesa

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Sheryl Sandberg, la ex directora de operaciones de Meta, antes conocida como Facebook, escribió un libro en el 2013 que se llama Lean In, o “Acércate”. En el libro, Sandberg establece una metáfora cuando dice que ha notado que las mujeres en muchísimas industrias no se acercan a la mesa donde se toman las decisiones. En el video promocional del libro dice que claro, las mujeres que trabajan sí son sujetas a prejuicios y falta de oportunidades, pero que también son responsables de su propia exclusión porque se contienen y asumen un rol pasivo. Sandberg explica que nos acercamos a los lugares donde las decisiones se están tomando, pero no levantamos la mano ni hablamos lo suficientemente duro como para que nuestros colegas hombres nos escuchen. 

Esto es un problema. En la era de las feministas que todo lo cumplen -llas que son madres y a la vez directoras de compañías, las que aman el rosado y dicen que no son mandonas sino que simplemente mandan porque son las jefas- este mensaje tiene mucho sentido; decir que el problema es culpa nuestra por no obligar a quienes están a nuestro alrededor a incluirnos, estamos desviándonos del simple hecho de que quienes están en el poder no nos incluyen; punto. 

Además, se desvía la conversación sobre el hecho de que las mujeres no deberíamos tener que justificar nuestra representación e inclusión en cada faceta de la sociedad civil. El simple hecho de ser el 49.6% de la población global implica una necesidad de incluir nuestras opiniones y experiencias, y el vernos como un grupo uniforme y homogéneo es todavía peor, porque es asumir que las experiencias de todas las mujeres son las mismas, cuando bien sabemos que las experiencias de las mujeres blancas, negras, heterosexuales, homosexuales, transgénero, cisgénero, latinas, europeas, estadounidenses, asiáticas, empobrecidas, ricas, rurales, o citadinas son todas diferentes entre sí. 

Una de mis clases en la universidad este año se llama “Introducción a la historiografía”, clase en la que, en las primeras seis semanas de clase, solo vamos a tener a una profesora mujer ¿Cómo se supone que podremos analizar la perspectiva de las mujeres durante la historia y tener un entendimiento completo sobre la historiografía si no tenemos la perspectiva de una mujer? Y más difícil aún, ¿cómo puede una universidad que se enorgullece públicamente por ser una metrópolis educativa multicultural no incluir la perspectiva femenina en una clase de historia? ¿Es que las mujeres no existían en el pasado? Tal vez, para que se entienda mejor, en estas seis semanas solo vamos a ver una clase sobre una región fuera de Eurasia. 

Nos explicaron el origen de la historia como disciplina con Wilhelm von Humboldt en el siglo 18 como si no hubiera sido precedido por personajes como Don ​​Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui con su ‘Relato Inca de la conquista del Perú’,pero entiendo que no incluyeran estas obras pues no hay ni un solo profesor proveniente de fuera Europa. Y claro, entiendo que no se tenga en cuenta la perspectiva de las mujeres porque solo dos de las veintidós clases de este semestre serán dictadas por mujeres. 

Podemos acercarnos, podemos pararnos en la mesa si queremos, podemos levantar la mano e interrumpir, y también podemos gritarles por un megáfono al oído a los hombres a nuestro alrededor, pero al pararnos en la mesa puede que no nos vean, o nos bajen a la fuerza porque qué histéricas somos; podemos levantar la mano pero puede que no nos den la palabra y por más que gritemos, si no quieren escuchar nuestro mensaje, nunca lo entenderán.

No es nuestra responsabilidad acercarnos a la mesa de toma de decisiones. Es responsabilidad de quienes ya están incluirnos y, una vez allí, replicar esta acción también se vuelve nuestra responsabilidad. Como bien lo dijo Sandberg, las mujeres que trabajan ya cargan con suficientes prejuicios sociales y faltas de oportunidad. No pueden trabajar mucho porque deben ocuparse del hogar, y no deben ocuparse mucho del hogar porque también deben contribuir económicamente. Si son madres, son malas madres por trabajar, y si no lo son, su capacidad de gestar las vuelve un riesgo económico porque a las empresas les asusta la licencia de maternidad. No pueden vestirse de cierta manera porque son percibidas de tal otra forma, y el acoso puede llegar a ser tan constante que se vuelve costumbre. No necesitan también pedir permiso para ser incluídas. Ya tienen suficiente. 

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