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Mario Duque

Sacar a pasear los prejuicios

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Colombia, habrá quien lo explique, es una fuente inagotable de gente que odia, de gente con rabia, de gente con ganas de imponerse sobre los demás. O tal vez sea así el mundo, también. Pero es que siempre hay aquí algún energúmeno dispuesto a conseguir sus 15 minutos de fama. Del plomo es lo que hay a las flagrantes exhibiciones de intolerancia pasando por los que anhelan a Carlos Castaño y anhelan la aparición de alguien que organice lo que para ellos es la solución: disparar al diferente.

Apenas hace un par de semanas desde que escribí sobre esto y hay que volver sobre el tema. No, el asunto no es un caso aislado ni anecdótico. El asunto es serio y refleja, en el fondo, lo que no hemos querido reconocer… O no del todo. O no todos: Colombia es un país donde el racismo se campea a sus anchas.

Una mujer se despacha, sin medirse contra los negros. Una parte de la burbuja de Twitter que creé se muestra indignada, inquisidora. Confieso que cedí a esa tentación: ¡que la busquen, que la arresten! La otra parte estaba sorprendida: ¡cómo es posible que alguien diga eso que dijo! Los primeros pecamos en exceso, los segundos de ingenuos.

Al personaje en cuestión no vale la pena ni parafrasearlo, pero ahí estaba el clasismo, el racismo, la aporofobia… Todo junto. La marcha del pasado 26 de septiembre le sirvió para sacar a pasear sus prejuicios y para exhibirlos sin pudor.

No es nuevo, claro que no. Lo que llevamos de vida republicana hemos estado escondiendo o esquivando el racismo bajo eufemismos que, a esta alturas, son una hoja de parra que no cubre ninguna vergüenza. Pero es que esta reivindicación de las derechas del mundo los ha envalentonado y si antes lo expresaban en privado, ahora lo claman en público, lo comparten en sus redes, quieren que los demás sepamos que ellos se creen mejores.

Ahora, que quede claro entre los que me leen: el racismo no es una opinión. Y no, no es lo mismo burlarse de la figura corporal de alguien (aunque tampoco está bien) que lanzarse a despotricar de otro por el color de su piel.

No creo que sea un asunto exclusivo de educación, nadie dirá que Samuel Jared Taylor, vocero del Consejo de Ciudadanos Conservadores de los Estados Unidos, sea un iletrado y ahí está, alzando la voz por los supremacistas blancos. Tampoco creo que sea un asunto que se resuelva con cárcel. Encerrar a la mujer viralizada no resuelve el racismo, lo ocultará por un tiempo, a lo sumo.

Pero, ¿qué hacer con los racistas? Hay que escuchar a las personas racializadas para comprender mejor la dimensión del asunto, para entender lo que ha ocurrido e incluso cuáles son los errores que hemos cometido. Hay que señalarlo, también. Que se sepa que el chiste flojo que estigmatiza es racismo. Y hay que desafiarlo, además: que quede en evidencia el racista en ciernes, el que se esconde detrás de la tradición, el que aún no entiende o no quiere entender que lo está siendo. No hay que callar ante el racismo. No hay que celebrar al racista.

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