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Pablo Múnera

Al son de Quintero

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Políticamente, Medellín está hoy dividida en dos partes: los que apoyan a Quintero y sus detractores, que pretenden derrocarlo. No obstante, unos y otros bailan al son de Quintero, de sus partituras en redes sociales, en medios de comunicación, en espacios públicos, etc., Quintero pone la nota y todos saltan a la pista. Lo quieren sacar del baile, pero terminan bailando al ritmo de él.

Comparto casi todas las críticas, de fondo y forma, que la oposición le hace a Quintero, sobre todo las relacionadas con su mala gestión y las sospechas de corrupción. No se puede erigir como adalid anticorrupción quien está apadrinado y rodeado por algunos de los corruptos más reconocidos de la región y del país.

No comparto con ellos la forma de enfrentarlo: lo tienen sobredimensionado, quizá porque se sobrevaloran ellos. La superioridad mental y moral no se decreta, se demuestra en el terreno.

Pero como comparto con sus opositores no solo las críticas que le hacen, sino también lo inconveniente que sería para la ciudad la continuidad de un gobierno suyo a través de una interpuesta persona, contribuyo a la causa a través de unas reflexiones puntuales:

  • La capacidad de autodestrucción de Quintero. A juzgar por la torpeza de muchos de sus actos y pronunciamientos, que dan cuenta de su precariedad estética, más aún que de su ética y de su lógica. La chequera de la alcaldía puede encubrir por un tiempo esta limitación del mandatario, pero esos fondos también tienen sus límites.
  • Quintero no es Petro. Independiente de lo que se piense de este último, es indiscutible su sólida estructura mental y sus convicciones políticas e ideológicas. Quintero no es un tipo estructurado ni de convicciones profundas; su patrón de conducta está determinado por el espejo de su imagen pública, con la volatilidad y fragilidad de la misma. De momento le es útil a Petro para contrarrestar su resistencia en Antioquia, pero entre más se relacione lo malo de Quintero con Petro, menos útil le será al presidente.
  • Quintero es el alcalde, pero no es la alcaldía y menos la ciudad. Obsesionados con desprestigiar y destituir al alcalde, sus detractores poco o nada bueno ven en la gestión de otros funcionarios y áreas de la administración municipal y casi nada en la ciudad. La mirada está agudizada solo para ver los problemas, que efectivamente hay, denunciarlos y a veces sobredimensionarlos. Por más perverso que sea un sistema, siempre tendrá algo de virtuoso, pero dejaron que la crítica a Quintero se les volviera un sistema cerrado. Han terminado tomando la parte por el todo, privilegiando la figura sobre el fondo y perdiendo objetividad frente a muchos temas.
  • Con Quintero no empezó ni terminará la degradación de Medellín. Como lo expuse y sustenté en otra columna publicada en este medio, algo o bastante hicimos mal para merecernos a Quintero. El chovinismo paisa nos hace creer que somos el pueblo elegido y que tenemos los dirigentes elegidos, para lo público privado, y por ello hemos sido tan complacientes con ellos. Los síntomas del deterioro de la ciudad no son nuevos ni están solo en la administración municipal. Una dosis de autocrítica y de crítica a nuestros “líderes” no nos vendría mal. Casi todos nos creemos la solución, pero no el problema. Con Quintero no comenzó la crisis del liderazgo antioqueña: quedo en evidencia. 

No sé en el debate mediático y de las redes sociales quién es más precario, si Quintero o sus detractores de oficio, que muerden todos sus anzuelos, pujando por quién se posiciona como el líder de la oposición.

Lo positivo de todo esto es que, por primera vez desde la época de Pablo Escobar, no nos sentimos el pueblo elegido; sabemos que la ciudad está mal. Lo negativo es que creemos que es producto de una manzana podrida llamada Daniel Quintero y no de un proceso sistemático de pérdida de confianza y legitimidad, en donde la administración pasada puso una buena cuota.

En las luces y sombras del pasado encontraremos aquello que debemos conservar o rescatar, pero también lo que es necesario desechar o replantear. De críticos hemos terminado en criticones porque es poco o nada lo que en concreto proponemos.  

Necesitamos un proyecto de ciudad envuelto en una narrativa esperanzadora, que emocione desde la estética, sin dejarla en la cosmética de la alcaldía pasada. Porque, si como planteé al principio, el problema de Quintero es sobre todo estético, es en ese ámbito y desde esa racionalidad cómo se le puede vencer. Proponer una nueva partitura para bailar a otro ritmo y no seguir dando vueltas en la misma baldosa al son de Quintero.  

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