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Carmen Mendivil

¿Un comercio justo?

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Parece un oxímoron. Asociamos el mundo de los negocios y el mercado con el abuso por la explotación de los recursos naturales y el impacto desenfrenado en contra del medio ambiente; el aprovechamiento de la fuerza laboral que supone el intercambiar trabajo por un pago insuficiente y con la desprotección de la clase trabajadora; la violación de derechos humanos y la exclusión de grupos vulnerables en la participación y decisión en el mercado laboral. Si se lleva al comercio de productos del campo, parece que la situación empeora. Grandes corporaciones usan a familias agricultoras para comprar a muy bajos precios sus productos y revenderlos, llevándose la mayor parte de las ganancias por sus frutos del campo. La desigualdad social en ingresos ya parece una foto. Pocas personas albergan la mayoría de la riqueza, y la gran parte de la población, especialmente en el campo, ve cómo su trabajo llena los bolsillos de terceros gigantes ante quienes les es difícil competir en igualdad de condiciones.

Sin embargo, existe una posibilidad de comercializar los productos de la tierra desde una concepción de justicia ambiental y humana. Se trata del movimiento del Comercio Justo, un modelo comercial que inició en 1940 y que ha tomado cada vez más fuerza, porque se centra en los seres humanos y la sostenibilidad social, económica y ambiental. Este modelo surge como respuesta al fracaso del sistema comercial tradicional, que deja un alto impacto desfavorable en el medio ambiente y explota tanto a la tierra como a las personas que trabajan para ella.

En América Latina no es muy común conocer sobre este movimiento. Nos hemos quedado con la foto de la desventaja social, especialmente para las familias que trabajan el campo, porque no tienen acceso a mayores ventajas competitivas en el mercado. Pero el Comercio Justo ha planteado un movimiento para dignificar el trabajo agrícola, respetando el medio ambiente y los derechos humanos, fomentando una gestión responsable y sostenible de los recursos naturales en América Latina, Asia y África.

Diversas organizaciones hoy fomentan el Comercio Justo, disponiendo de plataformas para unir a pequeñas organizaciones agricultoras con empresas extranjeras que compren sus productos. Para ello, se genera una certificación para que tanto empresas compradoras de materia prima agrícola, como el consumidor final, sepan que están contribuyendo a un desarrollo económico inclusivo, fomentando la biovidersidad y el medio ambiente, así como la construcción de un mundo más justo y equitativo.  Es una agroindustria regulada que promueve patrones productivos y comerciales responsables y sostenibles, garantizando la generación de oportunidades de desarrollo familias campesinas y artesanas en desventaja económica y social, frente a tradicionales actores dominantes del mercado. Uno de los productos estrella del Comercio Justo pulula en nuestra tierra: el café y el banano. Pero también entra la producción y exportación de cacao, caña de azúcar, flores, miel y frutas frescas como uvas para vino, entre otras.

Pero comercializar los productos del campo a un precio justo no es suficiente. La industria agrícola del Comercio Justo está regulada en toda la cadena de producción, promoviendo la equidad de género, impulsando la participación de las mujeres rurales en la toma de decisiones en sus organizaciones, impulsando la inclusión de la juventud en el campo, así como la protección de la infancia frente a la explotación laboral, y la vulneración de los derechos humanos como la garantía de ingresos dignos para productores y un de un trabajo decente para trabajadoras y trabajadores de la tierra.

Parece que de eso tan bueno no dan tanto, pero sí. Además, como resultado de la comercialización de la materia prima, las familias campesinas obtienen una prima adicional sobre el valor comercial y con ello, invierten en sus organizaciones y comunidades en mejorar las condiciones de vida de sus territorios. Con el dinero extra, las organizaciones de pequeños productores y productoras, así como trabajadores y trabajadoras de plantaciones, han creado escuelas, centros de salud, mejorado las condiciones de sus viviendas y tecnificado sus procesos productivos.

El Comercio Justo se basa en el trabajo cooperativo. Cuando las prácticas comerciales han incentivado la competencia y el individualismo, el Comercio Justo invita a unir a las familias campesinas bajo una organización que les permita representar sus intereses y negociar de forma más equitativa para exportar los productos de la tierra. En América Latina, la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños(as) Productores(as) y Trabajadores(as) por el Comercio Justo – CLAC, representa a más de mil organizaciones en 24 países de las regiones de Centro América, Caribe y Suramérica.

Cuando en Europa o Estados Unidos un comprador final en un supermercado adquiere un producto certificado como Comercio Justo, sabe que fue elaborado por una familia campesina en condiciones justas y equitativas, que su producto ha recorrido un camino de comercialización sostenible, solidario y de calidad, sin intermediarios que se queden con la mayor ganancia. El Comercio Justo sí es posible, y en definitiva, está beneficiando a familias agricultoras, enseñándonos cómo se puede generar un comercio equitativo e inclusivo, con evidentes beneficios para sus vidas, pero en definitiva, nos está preparando para transitar hacia un modelo que nos permita de manera sostenible en el tiempo vivir en armonía como humanidad y con el planeta.

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