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“Tomad nota, jóvenes: vosotros no sois el futuro.
La elasticidad, la energía y el espejismo de la juventud
los conozco, los experimenté o, al menos, los recuerdo,
pero el único futuro se llama vejez.
No os engañéis, jóvenes: vosotros sois el pasado.
¿Vuestro futuro? Soy yo.”
Vidpunktoj (Puntos de vista). Jorge Camacho.
Hace un par de meses cuido un jardín. Lo alimento y lo protejo lo mejor que puedo y a cambio me enseña un montón de cosas y me permite contemplarlo; llena mis horas de colores, visos, formas cambiantes, rayos de sol y sombra, visitas inesperadas, diseños arquitectónicos, sonidos, frescura, paisaje. Mi mirada se refugia en él todos los días. Es decir, me da mucho más de lo que le doy yo.
Algunas especies de plantas son nuevas y espero con ilusión el tipo de flor o fruto que va a brotar. Una mañana vi un botón hinchado y al rato me sorprendió completamente abierta una flor blanca en cuyos pétalos había intercaladamente puntos marrones rodeados de un naranja que se desvanecía en amarillo, como si fuera fuego, en una preciosa simetría.
Esta nueva integrante del jardín, que casi se confundía con una mariposa, me hizo feliz. La mañana siguiente me levanté directo a verla, pero la encontré replegada sobre sí misma, sus hermosos pétalos encogidos. Un día, pensé, eso duró el esplendor. Aunque, en realidad, observándola cerrada descubrí el encanto del tono rosa que adquirían las manchas al mirarlas por el revés.
Fue una lección sobre lo efímero de la belleza natural y de la vida —también sobre detenerse para identificar la magia en cada etapa— que se adhirió a mi convicción de disfrutar el presente en profundidad. Durante las veinticuatro horas de magnificencia de la flor envejezco yo también, así que más me vale aprovecharlas disfrutándola y no lamentándome porque pronto desaparecerá.
En mi adultez compruebo permanentemente lo cierto que es aquello de que la vida pasa rápido, y que de un momento a otro uno tiene la edad que veía tan lejos. Eso hace que mucho de lo que veo y de lo que leo cobre sentido en relación con cómo moldeo mis días para acariciarlos, para que no se esfumen en lo que otros han dicho que deben ser los días.
Leía, por ejemplo, estas palabras preciosas de la periodista Maruja Torres sobre esa Beirut que extraña y en la que ya no vive: “…porque ha renacido en mí el deseo de recorrer el camino hacia la ciudad en donde fui feliz o, para decirlo con mayor exactitud, en donde supe en cada momento que era feliz porque me sentía viva y porque, entre un par de sobresaltos, me podía dedicar a disfrutar de las pequeñas cosas.”
Saber en cada momento que uno es feliz y disfrutar las pequeñas cosas. Parece simple. No lo es. Pero es la vida misma. Es que en un día todo puede cambiar. Como el botón de la flor que amaneció cerrado, abrió, vivió su belleza efímera y en el paso de una luna se volvió a cerrar.
En contraposición a ese presente vivido más lento, a quienes no esperamos la vejez para contemplar la existencia, escribía el periodista Manuel Jabois sobre los “…inversores cuyo interés en el suelo es explotarlo y no ocuparlo, y en ejecutivos que trabajan 13 horas al día y cobran un dineral con un objetivo: mirarlo. O peor, ahorrarlo para cuando puedan gastarlo, que será cuando se desenganchen de lo que realmente les gusta: mirarlo”.
Mencionaba también “la obligación moderna de estar, que no exige prácticamente nada salvo no desaparecer, dejarte ver, estar disponible en la máquina para cuando alguien te quiera consumir”. Hay quienes gastan su tiempo de manera que ante otros parezca muy importante. Y de manera que les ayude a olvidar que van muriendo las flores que están dejando de observar.
Todos vamos hacia convertirnos en botones replegados tras haber sido casi mariposas. Contemplar la naturaleza es una forma preciosa de comprenderlo mientras se vive, a medida que se van arrugando nuestros pétalos, para aceptarlo con más sabiduría. Es una lección universal sobre la vulnerabilidad y sobre lo efímero, pero también sobre la fuerza indescriptible de la vida.
Dice el escritor Sergio Ramírez: “Mi temor a la vejez no está en la muerte, sino en la pérdida de la curiosidad (…) La falta de curiosidad es la marginación y el ostracismo frente a un mundo que se desplaza hacia el futuro demasiado veloz, y al que hay que buscarle el sentido de la profundidad, porque lo que nos enseña las más de las veces es su superficie banal. El futuro se acorta en la medida en que dejamos que ocurra por su propia cuenta.” Hay que involucrarse en detalles selectos del presente para que la existencia no haya sido solo la sombra del futuro.