La posibilidad de confiar

La posibilidad de confiar

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Una pregunta difícil ¿es posible confiar en los colombianos? En todos, en los que hablan como yo, se visten como yo y viven en lugares similares, pero también en los que piensan distinto, votan distinto y valoran proyectos de vida que me parecen extraños. En principio, las diferencias pueden ser obstáculos para la confianza. A los seres humanos nos resulta sustancialmente más sencillo confiar en las personas que se parecen a nosotros, en particular, si podemos identificarlas como parte de “nuestro grupo”, es decir, del conjunto de gente con el que compartimos algo fundamental, como nuestros lazos familiares, lugar de trabajo o historia de vida.

Sin embargo, esta confianza grupal es el tipo de confianza menos importante para consolidar la convivencia en una sociedad grande y compleja como nuestros actuales estados-nación. Incluso, en ocasiones puede generar más problemas al incentivar comportamientos de cumplimiento dentro del grupo e incumplimiento por fuera; la idea de que los beneficios de mis interacciones, las reglas morales y la confianza se concentra en los que se parecen a mí y pueden obviarse a la hora de interactuar con “los otros”.

En los últimos años, se ha acumulado una buena cantidad de información que evidencia una crisis global de confianza. No solo de las personas frente a las instituciones, sino, trágicamente, entre las personas. Colombia nunca ha sido un país confiado (al menos desde que tenemos datos), el porcentaje de colombianos que confían en extraños no ha superado el 5% en la Encuesta Mundial de Valores desde los años noventa. Pero incluso en este panorama, lugares en dónde la confianza parecía ser más probable se han resentido en estos años. Según la encuesta de cultura ciudadana de Medellín 2021, publicada recientemente, el porcentaje de medellinenses que señalaron que se “puede confiar en la gente” pasó del 43% en 2019 al 31% en el 2021. Lo más preocupante es que es una caída significativa en un indicador que si mucho se movía cuatro o cinco puntos porcentuales cada dos años.

En unas semanas terminará el proceso electoral de este año en Colombia y juntos a fenómenos recientes como la pandemia, las movilizaciones del año pasado y las diversas crisis institucionales que afectaron al país, la posibilidad de la confianza será fundamental para que las brechas abiertas no se vuelan insalvables. Nos es urgente no perder la esperanza sobre la reconstrucción de los lazos que permiten la convivencia democrática en Colombia. Al final de toda esta transición, seguiremos abocados a compartir estas líneas imaginarias con nuestros compatriotas. Confiar en ellos es el fundamento de nuestra sociedad.

De ahí que valga la pena buscar pistas sobre la reconstrucción o construcción de confianza. En el reciente informe “Quien conversa confía” de Tenemos que hablar Colombia, se valida el panorama de crisis de confianza, pero, sobre todo, se reivindica la posibilidad de confiar a partir de los espacios de encuentro y conversación. Juntar personas con reglas de juego claras, propósitos comunes amplios y escenarios moderados de diálogo es una herramienta fundamental para reducir la percepción de que los otros son sustancialmente diferentes de nosotros y por tanto, desconfiables. Y ese es el punto, y la agenda, hacer esfuerzos por reducir la idea de que nos separan distancias insalvables o que al final de todas las discusiones, no nos une una humanidad compartida en preocupaciones, necesidades y esperanzas similares.

La posibilidad de confiar se vuelve improbable sin esto.

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