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Imaginemos que cada comentario salido de tono, cada acusación ligera lanzada en redes, cada postura intransigente, cada permiso a los seguidores de enardecer las disputas, cada decisión pública que alimenta esas narrativas de la inevitabilidad de los choques y las diferencias, cada afirmación vacía de querer unir, seguida de afirmaciones sobre porqué debemos estar separados, cada una echa combustible al fuego que se ha convertido el debate público electoral en Colombia. No es solamente polarización, aunque se nutra de ella, sino la profunda desconfianza mutua y colectiva que supone la estrategia comunicativa de echar todo al suelo para poder subir un poco en encuestas.

Aparte de la irresponsabilidad respecto a la estabilidad democrática del país, esta aproximación al debate público puede incluso perjudicar a los que la usan como mecanismo de validación propia, la crisis institucional que enfrentamos y que ellos alimentan no distinguirá posturas, ideologías o nombres una vez alcancen el gobierno. En el largo plazo, incendiar todo para ganar no solo es peligroso, sino terriblemente torpe.

Decía Plutarco que la principal labor de un político, por encima incluso de su capacidad para resolver problemas, es la búsqueda de la concordia. La concordia es la paz entre las diferentes facciones y fuerzas de una polis, dependiente de su disposición a aceptar reglas de juego comunes y poner sus intereses y ambiciones por debajo de la convivencia política. En ese sentido, las tres mayores contribuciones a la democracia que puede hacer un político o servidor público electo son reconocer una derrota, aceptar la legitimidad de decisiones que le sean contrarias y llamar a la calma y a la civilidad a sus seguidores.

La primera presupone dos fundamentos del sistema democrático, la alternancia del poder y la legitimidad del poder dada por la elección popular. La segunda exige que los actores políticos prefieran asumir costos individuales o grupales, su persona o partido o movimiento, y no evitarlos poniendo en el camino a las instituciones. Esto puede implicar enfrentarse a decisiones injustas, pero la manera en la que el personaje lo haga puede lograr la consolidación de precedentes democrático o la destrucción de la confianza pública. Lo tercero es fundamental para los tiempos que corren, los lideres políticos pueden definir con sus discursos los límites de lo que es aceptable o deseable decir en una sociedad y reforzar en sus partidarios actitudes y percepciones que se quedarán con ellos mucho después de la elección.

Por eso la estrategia de “dividir y vencerás” es tan perjudicial en una contienda democrática, cuando el candidato ganador ya quiera unir a los divididos puede encontrarse con que la brecha entre las personas que ayudó a abrir es simplemente muy amplia. Las cenizas se le escapan de las manos. Y con confianza en el suelo y una polis dividida, la concordia entra en inmediato peligro y la posibilidad de violencia se empieza a acercar a la certeza.

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