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Llevaba dos horas buscando algo para escapar de la indiferencia. Había probado vídeos, películas y hasta el río infinito de posts de Instagram. Pero por fin, quizá, había encontrado algo que no solo se llevaría la indiferencia, pero que la podía remplazar con reflexión. Una mejor forma de aburrimiento.

Si hay un consejo del que nunca logró escapar es: “no hay nada que tenga el mismo poder que una buena historia”. Puede ser en la academia, en los foros aburridos o en los vídeos de Youtube. Vuelve y vuelve. Pero es verdad. Todos las vivimos, las leemos, las escuchamos y las miramos. Hasta las inventamos en nuestra cabeza. Conocemos su estructura desde el colegio. El inicio, el nudo, el desenlace. El obstáculo y el protagonista. La aventura.

Nos contamos historias sin darnos cuenta. Lo hacemos al ver a un alguien misterioso, probablemente atractivo, que captiva nuestra atención. Contémonos su vida, aunque nunca la conozca. Preguntémonos de su pasado y su futuro. Hilémoslo en la tela de la conexión. En el mundo donde “esto lleva a eso”. Usemos este momento como la culminación de esa aventura, que era imposible que esa persona, por todo lo que pasó, no terminara acá, al frente mío, en una fila bancaria que parece interminable.

No conocía al autor, pero algo de sus ojos lo había llevado a hacer click. Se topó con un fondo verde y unas letras que luchaban entre el naranja y el marrón. El aburrimiento había sido remplazado por la intriga. Era un título corto, ambiguo. No prometía lo que promete la mayoría del micro-contenido que invade los celulares hoy en día. No dejaba que supiera qué era en un solo vistazo como los posts de Instagram. Pero tampoco prometía dejar que supieras lo que era solo con el click, como casi cualquier link. Entender en qué te estabas metiendo sería un camino.

Los mejores lideres han movilizado países como los protagonistas de sus historias. Han logrado demarcar a los enemigos. Han prometido el final feliz si nos atrevemos a embarcarnos en su aventura. En su llamado de acción. Algunos otros, han definido la buena vida como una buena historia. Llena de vueltas inesperadas, personajes interesantes, lugares exóticos y una motivación clara. Donde el final feliz es ese: la historia que queda.

Casi cualquier descubrimiento o logro que se ha cementado como uno de los grandes en nuestra historia humana lo ha logrado a través de una buena historia. Una llena de incertidumbre en su nudo. De desafío y grandeza. Nuestro foco está en lo que pasa desde el primer enganche que nos tira y ese final en el que respiraremos con tranquilidad. El aterrizaje en la luna, el viaje de Colón, la sigiles de Cortés, la victoria contra los Nazis. Las recordamos no por sus hechos aislados, pero por el cuento completo.

Empezó a leer y no parecía entender lo que era. Iba a cobrar 4 minutos de su tiempo que nunca volvería a tener. En algún momento pensó en volver al sin fin de contenido que veía antes. Donde el encuentro con dopamina es más probable. Pero insistió con la lectura. Se sentía más productivo poder decir que había leído algo. Mejor que los likes que se desvanecen de la memoria.

Lo difícil de las historias es hacer que se recuerden. Aún más que se recuerden, que se infiltren en las personalidades de sus víctimas. Que trasciendan su narrativa e inculquen el mensaje que contrabandeaban. Al final nos convertimos composiciones de historias que escogemos creer. Es difícil definir la buena vida sin basarnos en una historia con algún final feliz. Es difícil saber amar si no recordamos a donde podrá llevar el amor.

Pero prefiero hoy conmemorar las pequeñas historias. Las que no se recuerdan. Las que solo abordan las conversaciones en bares o las recopilaciones diarias. Las que se echan en llamadas cortas. Te invito, querido lector, a hacer un simple ejercicio: cuenta una de esas con más consciencia. Una de esas pequeñas. Pienso que regalar la delicia que da un cuento bien echado debería ser una celebración de la vida que hacemos más. Que se infiltra más en nuestras conversaciones. La próxima vez que te llame tu mamá y pregunte, “¿Qué has hecho?”, no entregues una lista. Hílala. Guarda sorpresas para el final. Pon pequeñas pistas desde el principio de adonde llevara. Crea deseos de respuestas simples pero satisfactorias. Gratifica su atención. Disfruta construir historias con bobadas. A mí me hace feliz.

Pero como se imaginó, mientras veía el fin de las letras y el fondo verde vacío, seguiría siendo él mismo para siempre. Cual cambio en 4 minutos. Solo quizá, en alguna conversación lejana, invocaría –sin citar porque el autor es desconocido­– una pequeña idea que le había dejado el artículo. Pareció ser suficiente. Lo bueno de la vida también es lo pequeño. Y admitió, que por lo menos regalarse algo para recordar había sido mejor que el TikTok sobre los diez mejores goles de la temporada 2001/2002 de la liga española de futbol. Y se marchó con una risa entre los labios.

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