Añorar vende

Para escuchar leyendo: Volver, Carlos Gardel.

Hay épocas en las que la nostalgia se disfraza de ternura, y otras en las que se vuelve negocio. Vivimos una era en la que el pasado se vende en cuotas, se transmite en streaming y se empaca en cajas de edición limitada. Es curioso: mientras el mundo se acelera y la incertidumbre nos deja sin horizonte, el mercado encontró una mina inagotable en nuestra necesidad de volver atrás, aunque sea por un instante, en nuestra constante idealización de un pasado en el que confundimos ilusiones con recuerdos reales.

Todo tiene ahora una pátina retro. Las series y novelas reciclan lo que ya se hizo, en las salas de cine se reestrenan éxitos de antes, los discos suenan con vinilos que ya no crujen, la ropa copia modas de nuestros padres y los algoritmos nos recomiendan lo que ya amamos. No es gratuito. En un presente que se deshace tan rápido, lo único que parece estable es la memoria. Por eso, la nostalgia se convirtió en refugio… y en producto.

Pero hay algo tramposo en esa operación. Lo que el mercado nos devuelve no es el pasado, sino su versión higienizada, bonita, vendible. Nos ofrece una sensación de calidez sin las incomodidades de aquel tiempo: sin el miedo, sin la pobreza, sin las contradicciones. Nos vende la imagen de una infancia que no fue perfecta, pero que ahora recordamos con los bordes suavizados por el la necedad de la emoción.

Es una nostalgia sin memoria, una que se atreve a seleccionar. Por eso duele un poco cuando la realidad insiste en que ese ayer idealizado también fue escenario de violencias, de exclusiones, de miedos que siguen vivos. Mientras la publicidad nos invita a “volver a los buenos tiempos”, el mundo repite los viejos errores con nuevos disfraces. Hay en eso una paradoja profunda: evocamos el pasado para escapar del presente, pero terminamos prisioneros de ambos.

Quizás la nostalgia sea, en el fondo, una forma de resistencia. Una manera humana de conservar lo que amamos frente al vértigo de la modernidad. Pero cuando se vuelve consumo, pierde su potencia ética. Se transforma en entretenimiento, en decoración emocional, en souvenir del tiempo, en válvula de escape. Ya no nos ayuda a comprender quiénes fuimos, sino a distraernos de lo que somos.

Sin embargo —como todo lo humano— la nostalgia no es mala en sí, no me malentiendan queridos lectores. Solo la encuentro peligrosa cuando se convierte en excusa para no mirar adelante. Cuando sirve para negar los cambios necesarios, o para edulcorar lo que alguna vez dolió. Porque hay nostalgias que sanan, pero también nostalgias que anestesian.

Colombia, que tanto tiene de herida con historia, podría encontrar allí una clave. No en el anhelo de “volver a como era antes”, sino en el acto más difícil y urgente: reconciliarse con su memoria para poder echar pa´lante.

Porque no hay futuro posible si seguimos comprando el pasado como si fuera un perfume. Y porque, en el fondo, toda canción que habla del ayer debería servirnos no para dormirnos, sino para despertarnos.

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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