En los últimos años, sin duda porque el contexto político, social y ambiental lo reclama, hemos sido testigos del retorno y el auge de la novela distópica. Zamiatin, Orwell, Huxley, Bradbury, Burgess, Dick, Atwood, Collins, Butler y sus reediciones nos sumergieron en sociedades sometidas al control absoluto en las que desaparece la dignidad, la libertad y la autonomía y en las que los seres humanos pervivimos como partes de un mecanismo, como máquinas reproductoras o como fuentes de energía. Nos gusta mirarnos en el espejo manchado de lo distópico por una mezcla de morbo y oscuridad, pero también como alerta y alarma, con la esperanza de que seamos capaces de cambiar ese destino, a veces ya muy presente.
Hoy casi nadie se acuerda del concepto opuesto a la distopia y en quien fuera su proponente original: Tomás Moro, o Santo Tomás Moro para los católicos, inventor del término y autor de la obra llamada Utopía (1516). Un personaje fascinante sobre el cual vale la pena volver en estos momentos en los que pululan los liderazgos minúsculos y perversos.
Moro tuvo la especial capacidad de combinar tres mundos aparentemente muy distintos y en ciertos casos excluyentes. Como abogado fue apoderado de la gran empresa Mercers Company (fundada en 1100 y aun en funcionamiento) y de varios comerciantes de telas importantes. Como intelectual tuvo la capacidad de emprender proyectos filosóficos y literarios ambiciosos y de rodearse de grandes pensadores como Erasmo de Rotterdam quien era su gran amigo y confidente. Como político logró escalar la pirámide sinuosa y resbaladiza de la corte de Enrique VIII hasta llegar a ser el primer Canciller laico (segundo cargo más importante después del rey) de la historia de Inglaterra. Aunque algunas veces se cuestionaba a sí mismo por los múltiples frentes en que se movía, hablaba de tomar “el camino del medio” o “la vida mixta “y citaba a San Agustín y a San Crisóstomo como exponentes y defensores del concepto. Fe, ciencia, humanismo y responsabilidades en los asuntos públicos para la defensa de la comunidad (Commonwealth).
Ejerciendo funciones de negociador internacional en Brujas, Países Bajos, inició la escritura de su obra central, Utopía. El término quiere decir a la vez “lugar inexistente” y “el mejor lugar”. En esta obra Moro se propuso contestar la pregunta: ¿Cómo sería el estado ideal de la comunidad y cómo llegar a él? La respuesta está llena de sátira, contradicción e inteligencia. Utopía es una isla y una república conformada por ciudades estado cada una con sus autoridades elegidas por votación. No existe la propiedad privada y las viviendas se asignan por sorteo. Al no existir jerarquías heredadas o acumulación de propiedades, dice Sir Tomás, tampoco haría presencia “el jefe y progenitor de todas las plagas”, el orgullo. En palabras de Joanne Paul, autora de una excelente biografía del ilustrado londinense, “era como si en esta soñada sociedad todos los disfraces del teatro de la fortuna fueran arrebatados dejando a la gente tal cual era, fundamentalmente iguales y diferenciándose solo por sus talentos naturales e inclinaciones”.
Moro era ante todo un humanista. Criticaba a la sociedad en la que vivía con sus jerarquías estrictas y sus privilegios y afirmaba que tanto los bienes materiales como los títulos nobiliarios eran suspiros pasajeros que nadie se llevaría más allá de la muerte. A pesar de ser un creyente católico, trabajaba por la justicia terrenal y creía en la necesidad de asegurar una vida digna antes de la muerte. Fue un defensor inteligente y mordaz de la iglesia de Roma y de su rey, pero cuando los impulsos y caprichos de este cuestionaron el poder del Papa (pidiendo la anulación de su matrimonio) Moro no solo renunció a su cargo, sino que se negó a jurar lealtad a Enrique como cabeza de la iglesia. No había poder o nombramiento que lo obligara a irse en contra de su propia consciencia. Por esta decisión fue acusado de traición, juzgado y condenado a muerte. Murió decapitado, con sus principios intactos, un 6 de julio 1535.
Vuelvo al principio. Quizás lo que necesitemos en estos tiempos de Trumps, Putíns, Netanyahus son más novelas del género utópico. Literatura que se atreva a imaginar un mundo mejor, una sociedad más justa y equitativa y la posibilidad de construir lazos significativos con nuestros semejantes. Literatura en la que los líderes no sean megalómanos calculadores en busca de enemigos, de “likes” o de impunidad para esconder sus delitos. Ya estuvo bien de escenarios apocalípticos.
Ante esta sobrecarga de realidad, se necesitan más Moros enfrentando al poder e inventándose sistemas y sociedades. Suena iluso, lo sé, pero la literatura tiene una posibilidad y una responsabilidad: ampliar nuestro horizonte ético y reivindicar aquello valioso y admirable en el ser humano. Hay un mejor lugar. Siempre puede haber un mejor lugar.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/