El Sol ayuda, pero no nos salva de un apagón

El sol ha sido un “aliado” energético de Colombia desde los años 80, aunque en aquella época con pilotos muy tímidos, enfocados principalmente en el calentamiento de agua sanitaria y algunos pequeños proyectos destinados al abastecimiento de energía eléctrica en torres de telecomunicaciones. Fue hasta el 13 de mayo de 2014, con la Ley 1715, cuando se estableció un marco regulatorio e instrumentos para incentivar la inversión, la investigación y el desarrollo de fuentes no convencionales de energía, como la solar, eólica y biomasa, entre otras. El propósito era alcanzar la meta —en mi opinión, idílica— de reducción de los gases de efecto invernadero. Se declaró que, para 2030, se reducirían a la mitad y, para 2050, se alcanzaría la neutralidad en emisiones, lo que ha impulsado la electrificación de la economía.

Desde entonces, la energía solar se convirtió en el caballo de batalla para lograr la tan mencionada transición energética en Colombia. No obstante, resulta importante explicar algunos conceptos sobre cómo funcionan estos proyectos en nuestro país del “Sagrado Corazón”. Un primer aspecto clave es que los sistemas solares pueden operar ON-GRID, o conectados a la red; es decir, complementan la red nacional y dependen de su disponibilidad y calidad. También pueden hacerlo de forma aislada, u OFF-GRID, en cuyo caso requieren baterías y no tienen conexión alguna con la red nacional.

Conviene recordar que Colombia cuenta con un sistema de generación eléctrica principalmente centralizado: la energía se produce en zonas específicas del territorio y se transporta a través del Sistema Interconectado Nacional y las redes de distribución hasta los usuarios finales. A partir del marco regulatorio de la Ley 1715 y resoluciones como la 030 de 2018 de la CREG, se abrió espacio para las actividades de Autogeneración y Generación Distribuida.

La primera corresponde a los sistemas instalados por un usuario final con el propósito de atender parcial o totalmente su demanda energética. Cuando se genera más energía de la necesaria, el excedente puede entregarse a la red, ser reconocido por el Operador de Red y compensado en la factura de servicios públicos. En otras palabras, en mi casa puedo generar energía para cubrir parte de mi consumo y, si me sobra, entregarla a la red eléctrica. En términos generales, este tipo de proyectos requiere menos permisos y autorizaciones para su desarrollo.

La Generación Distribuida, por su parte, abarca plantas de generación ubicadas cerca de los puntos de transmisión o distribución y de los usuarios. Su objetivo principal es suministrar energía eléctrica a la red. Estas “pequeñas” centrales incrementan la capacidad eléctrica durante el día, con su mayor aporte hacia el mediodía. La energía producida se comercializa y se entrega a los usuarios finales mediante la misma infraestructura con la que se distribuye la energía convencional.

Dependiendo del tamaño del proyecto, la infraestructura y las condiciones particulares, estas iniciativas pueden requerir licencias ambientales, evaluaciones técnicas detalladas y coordinación con entidades gubernamentales y comunidades locales. Por ello, su implementación suele tardar más que la de los proyectos de autogeneración.

Durante la última década, los proyectos solares se han desarrollado principalmente bajo estas dos figuras, en su mayoría conectados a la red nacional, contribuyendo a diversificar la matriz energética y a reducir el impacto ambiental de la generación eléctrica en el país. Según la Asociación de Energías Renovables (SER Colombia), para agosto de 2025 se superaron los dos gigavatios de energía solar instalada en el territorio nacional, destacándose los departamentos del Atlántico, Cundinamarca y Cesar por su mayor capacidad.

Aunque este es un logro importante para un país que en 2020 no alcanzaba los 100 megavatios solares instalados, aún no resulta suficiente. La Unidad de Planeación Minero Energética (UPME) advierte que, para 2027, la capacidad de generación podría ser inferior a la demanda en los períodos de mayor sequía, cuando las fuentes hidráulicas aportan menos energía. A ello se suma que existen demoras tanto en la entrada en operación de nuevos proyectos de generación como en los de transmisión. Diversas entidades reportan que, en lo corrido del año, ha entrado en operación menos del 2 % de la capacidad esperada y que más de 60 proyectos de transmisión presentan retrasos, lo que impide llevar la energía generada por las nuevas plantas hasta los usuarios finales.

¿Será entonces el sol quien nos salve de una crisis energética? A mi juicio, definitivamente no. La energía solar constituye una fuente más dentro del sistema, complementaria a las centrales hidroeléctricas y térmicas, pues depende de un factor ambiental difícil de predecir: el sol. Su variabilidad, causada por las condiciones climáticas instantáneas, obliga a mirarla con precaución desde la perspectiva de la confiabilidad.

Esto no significa que deba frenarse la ola solar que atraviesa el país. Por el contrario, es necesario fortalecer los mecanismos existentes y mejorar los instrumentos que permitan acelerar su implementación. Hoy, numerosos proyectos esperan trámites y permisos de distintas entidades, además de enfrentar desafíos de orden público y social que han reducido la velocidad de ejecución y, con ello, el apetito de los inversionistas.

Colombia necesita de la energía solar, sin duda alguna, pero no puede ser el único frente de trabajo. Existen grandes oportunidades en otras fuentes de generación, como las pequeñas centrales hidráulicas, el aprovechamiento de la biomasa como fuente eléctrica y térmica, los biocombustibles y otras alternativas que, aunque menos populares, son igual de relevantes para un país que no puede —ni debe— permitirse apagarse.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julio-betancur/

Califica esta columna

Compartir

Te podría interesar