Lección de tolerancia

Para escuchar leyendo: Canción de cuna para despertar un niño, Piero

La fortaleza humana es, siempre, motivo de sorpresa e inspiración. Y no me refiero a la física, hablo sobre todo de la emocional, de la moral, de la espiritual.

Hablo de esa que da alientos y fuerzas para seguir viviendo después de la tragedia, en la hora que le sigue al dolor, en ese momento terrible en el que después de la explosión la vida se entiende como realidad y no como pesadilla. Hablo de esa que tuvo Héctor Abad Faciolince cuando, después de enterrar a su padre por culpa de esta maldita violencia cíclica de Colombia, se adentró en sus archivos, en su legado material, en esas hojas desordenadas que se convirtieron en feliz rincón de la memoria, de la enseñanza y del faro. Hablo de esa que tuvo el hijo acongojado para reagrupar pensamientos y emociones de un padre arrebatado, y entregarle al futuro un libro que de cuenta de su vida, obra y grandeza. En 1987 la Gobernación de Antioquia publicó, gracias a ese esfuerzo, el libro “Manual de Tolerancia”, un amplio testimonio del pensamiento liberal del inmolado Héctor Abad Gómez.

En un par de años, serán ya cuarenta los que hayan pasado sin el doctor Abad, pero entre las líneas de este Manual, con dolorosa perplejidad, nace la percepción de haber sido escrito hace apenas unos meses. Pareciera ser un reflejo actual de un país, más aún, de una humanidad que no cambia, que no supera sus dicotomías, que no entiende la fragilidad y fugacidad de su vida y que anda convencida de un inagotable poder que no es más que una ilusión gaseosa.

Lo que el Manual trae a este presente, con la voz repetida y constante del sirirí, es una idea simple, que por universal se antoja profunda: el mundo social, lo mismo que el biológico y el físico, son posibles —aún más, virtuosos- cuando encuentran y mantienen el equilibrio entre la conservación y el desarrollo.

Creo, queridos lectores, que la lección inicial y final de este bello legado (quizás inadvertido) del doctor Abad es entender que para convivir se debe, primero, reconocer la existencia de, en general, dos grandes tendencias de pensamiento, la que conserva y la que quiere cambiar. Luego, se podrá entender que el hecho de que entre ellas exista una lucha constante no es necesariamente malo, al contrario, puede llevar al establecimiento de condiciones virtuosas para la existencia. La lucha en sí misma no encierra problema, sino nuestro espíritu avasallador que no se contenta con poner en la mesa una idea, sino que no descansa hasta hacerla predominante por cualquier medio, y luego de conseguirlo, aniquilar a quien pensaba lo contrario.

Entender que existen diferentes puntos de vista, y que esto no implica problemas, permitirá, a más de tolerar la diferencia, promover y crear nuevos puntos alternativos a los dos generales. Carajo ¡que si solo conservamos nos convertimos en fósiles, que si solo cambiamos nos desintegramos!

La ausencia de la voz del doctor Abad es siempre un silencio estruendoso, pero en la Colombia de hoy, la que es incapaz de pensarse como proyecto colectivo y se prepara para una nueva campaña que nos dejará, seguramente, más heridas que sangren por décadas, bien se hace necesario volver a su mirada justa, liberal y bondadosa.

Colombia debe ser capaz de convivir, de dejar vivir y de morir de vieja.

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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