De muerte lenta

Escribo esta columna mientras Israel avanza con otra ofensiva terrestre en Gaza en medio del genocidio. Ayer se llevó a cabo el espectáculo para conmemorar el asesinato del activista político estadounidense de derecha Charlie Kirk frente a casi cien mil personas entre sermones religiosos, juegos pirotécnicos y la exaltación del nuevo “mártir de la libertad”. La semana pasada 19 drones rusos ingresaron a territorio polaco y tres aviones MIG 31 de Putin se pasearon por el espacio aéreo de Estonia (ambos países miembros de la OTAN). En Colombia pasamos de escándalos de corrupción a la descertificación y ya vamos en 108 candidatos presidenciales. Pero a pesar de las nubes de tormenta en el horizonte, del dolor y las alarmas que se prenden por todos lados, decidí escribir esta columna sobre algo que anima y genera optimismo.

La muerte del libro ha sido vaticinada en varias épocas por múltiples pensadores.  Cada nuevo invento que ha acaparado nuestra frágil capacidad de concentración ha sido señalado como el posible asesino del libro.  El cine, la radio y la televisión venían todos a borrar la publicación física. En 1936, F. Scott Fitzgerald se quejó sobre lo indigno que era subordinar el poder de la palabra escrita a un poder “más brillante y grosero” como el del cine con sonido. Marshall McLuhan criticó el poder del libro como rector de lo “moderno” y como enterrador de una rica y colorida tradición oral. En 1962 el filósofo canadiense hablaba ya de la “aldea global” y de la inminente desaparición del libro frente a la llegada de la interconexión electrónica y la interdependencia.

Para parafrasear a Mark Twain, las noticias sobre la muerte del libro han sido muy exageradas. A pesar de que los formatos electrónicos (ebook) y los audiolibros han crecido a un ritmo mayor que los libros tradicionales (acá hay que preguntarse, ¿qué es un libro?), todavía no superan el 20% del total del mercado.  El crecimiento de la industria editorial en los últimos 10 años hoy genera ingresos por cerca de 150 mil millones de dólares (2024) y aproximadamente 2 millones de empleos directos e indirectos en el mundo.  Se estima que al año se publican cerca de 2.2 millones de títulos entre nuevos y reediciones.  En Colombia los ingresos anuales se acercan al billón de pesos con 18 mil títulos editados, 38 millones de ejemplares vendidos al año y más de 5 mil empleos directos e indirectos.    

Este domingo pasado cerró la décimonovena edición de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Para mí, como ya lo he expresado en múltiples columnas (https://noapto.co/el-parentesis/) el libro sigue siendo una expresión maravillosa de nuestra inteligencia y capacidad como especie, y es a la vez refugio y vehículo para, como decía Umberto Eco, vivir miles de vidas.  Desde que mi hija era una bebé la paseábamos en coche por las vías, recovecos y escenarios del Jardín Botánico y cada año de su vida la fiesta ha sido una visita familiar esperada con ansia y gozada por todos. Pero, volviendo a la tesis que nos anuncia la muerte del libro, es muy emocionante saber que en los 10 días de la fiesta aproximádamente medio millón de visitantes asistieron a cerca de 3 mil actividades en las diferentes sedes del norte de la ciudad y que en total los libreros y editoriales vendieron más de 240 mil ejemplares y 10 mil millones de pesos. Cifras sorprendentes para un moribundo.

Más allá de estos, la resiliencia del libro y su longevidad pasa por su capacidad de conectar y transmitir, pero también porque, en su corporeidad, nos permite intervenirlo y personalizarlo. Un libro no es solo un libro, es mi libro y tu libro y, por consiguiente, es una extensión de nuestra identidad. Leer un libro físico en un lugar público significa expresar abiertamente un interés, un estilo, una búsqueda o una pregunta.  El libro es entonces también lugar de encuentro, de conversación y de debate. Seguro hay algo de iluso y de quijotesco en la exaltación del libro, de sus cifras y de las fiestas y encuentros a las que nos invita porque las fuerzas destructivas y los discursos polarizantes y deshumanizantes siguen avanzando rampantes. En medio de todo eso, no obstante, esa vieja tecnología de materiales frágiles y diseño simple sigue invitándonos a la duda, a la apertura y a conectarnos con personas, pueblos, emociones y sentimientos que nos hacen humanos, falibles y mortales. Por eso sobreviven. Por eso sobrevivimos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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