Hace un par de días, una conversación que comenzó sin ningún propósito y que iba dando tumbos por diferentes temas, trajo a la mesa una frase que he escuchado en muchos espacios y en distintos círculos: “Estamos acabando con el planeta”. He pensado que, si bien es cierto que nos estamos consumiendo el planeta, el que realmente estamos acabando es el que nos permite habitarlo; es decir, nos estamos acabando a nosotros mismos. Pienso que el planeta podrá sobrevivirnos y tendrá siglos para recuperarse de los daños y estragos que le hemos causado.
Es cierto que durante siglos hemos visto al planeta como una fuente infinita de recursos, que no solo teníamos el derecho, sino también el deber de usar y modificar para regalarnos una “mejor calidad de vida”. Solo hasta hace poco comenzamos a tener conversaciones sobre nuestro impacto en el planeta.
Un ejemplo de ello son los Protocolos de Kioto de 1997, el primer acuerdo que estableció metas de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para países desarrollados. Este acuerdo tardó ocho años en entrar en vigor y, con resultados poco satisfactorios, se centró únicamente en los países desarrollados. Posteriormente, en 2015, se dio el Acuerdo de París, que estableció como meta limitar el aumento de la temperatura global a menos de 2°C. En este acuerdo se incluyeron, además de los países desarrollados, a países en desarrollo, y cada uno de los más de 190 países fijó sus compromisos a través de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC). Sin embargo, es importante aclarar que la participación en este acuerdo ha sido siempre voluntaria y no sancionatoria.
A pesar de estas y otras iniciativas a nivel mundial, es una realidad que, en los últimos 20 años, las emisiones globales de dióxido de carbono no han dejado de crecer. A principios de los 90, estas emisiones eran de aproximadamente 23,500 millones de toneladas métricas, y en 2019 ya habían alcanzado los 36,370 millones, un valor que se redujo en 2020 debido a la pandemia, pero que se estima en 37,410 millones para 2024.
Colombia no ha sido ajena a este fenómeno mundial, pues nuestras emisiones no han dejado de crecer, aunque a un ritmo menor que el global. Esto se debe a factores como el crecimiento de la población, los procesos de industrialización, el uso de la tierra y la deforestación. Pero también es importante aclarar que, en la fiesta de emisiones de GEI, Colombia es responsable de menos del 0.4% de ellas; es decir, somos un actor secundario, pero decidimos gritar a los cuatro vientos, durante el gobierno de Iván Duque en 2020, que nos comprometeríamos a reducir nuestras emisiones en más del 50% para 2030 y alcanzar la meta de carbono neutralidad para 2050. ¿Quién nos mandó? ¿Qué afán de ser el adelantado de la clase?
Para aquellos que han llegado hasta aquí y piensan que cómo se me ocurre ir en contra del cuidado del ambiente, quiero invitarlos a seguir leyendo, porque de ninguna manera estoy en contra de cuidar el planeta. De hecho, soy un firme creyente y practicante de “dejar un mundo mejor que el que encontré”, pero de ninguna manera quiero dejar de lado la realidad.
Colombia necesita contribuir a la disminución del impacto negativo que se tiene en el planeta, pero no de cualquier manera y menos a cualquier costo. Se habla mucho de diversificar la matriz energética del país, pero poco se habla del impacto de la deforestación y la reforestación, o del impacto del sector transporte en las emisiones; pues tenemos un parque automotor longevo e ineficiente y, menos todavía, de nuestro nivel de ineficiencia, pues de cada 100 unidades de energía botamos más de 65 unidades.
Se ha hablado mucho del sector energético y la transición energética justa, pero equivocarnos en ese proceso nos costará, y mucho. Por ejemplo, la Asociación Nacional de Empresas Generadoras (ANDEG) estima que, de mantenerse la tendencia actual de generación, el país podría enfrentar un déficit de energía del 4% en 2028 y del 6% en 2030. Y eso es el resultado, entre otros fenómenos, del hecho de que varios proyectos se encuentran drenados. De acuerdo con datos de XM, en los últimos cinco años, la entrada en operación de proyectos de generación ha estado muy por debajo de lo que se esperaba. Por ejemplo, para 2025 solo entró en operación el 25% de la capacidad esperada y, de lo que va de 2025, solo ha entrado en operación menos del 1.5%. Y ni hablar del déficit de gas natural que se estima en más de un 17% para 2026 y superior al 25% para 2027 por falta de decisiones con criterio.
Somos un país que tiene sus propios retos y recursos, y que debe “tropicalizar” los compromisos, estrategias y metas para lograr tener un impacto sostenible, porque como vamos, las probabilidades de un apagón y desabastecimiento energético no dejan de incrementar. Colombia merece una transición energética justa y hecha a la medida de sus recursos y necesidades, no un salto al vacío con impactos económicos, sociales y ambientales irreversibles que solo contribuirán a hacer de nosotros un país insostenible.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julio-betancur/