Descanse, doctora

Para escuchar leyendo: Alivio, Rozalén.

Es una frase de cajón, la usan médicos, enfermeras y pacientes cuando hablan del sistema de salud colombiano: “los internos y residentes son los esclavos de los hospitales”. Yo llevo algunos años ya escuchándola, y todavía me pregunto si quienes la repiten con resignación entienden realmente el peso de lo que dicen.

No sé a ciencia cierta si los que la usan saben que detrás de cada guardia de 36 horas, de cada sutura en la madrugada, de cada café recalentado para engañar el cansancio, hay un muchacho o una muchacha que todavía está aprendiendo, y que ese aprendizaje —en teoría llamado “formación”— a veces se parece más a un castigo que a una escuela.

La historia de Catalina Gutiérrez Zuluaga nos lo gritó en la cara. Ella, que soñaba con ser cirujana, no pudo más con las presiones, con los comentarios hirientes, con la violencia disfrazada de pedagogía. Su muerte dejó un vacío, pero también un símbolo: el proyecto que camina lento en el Congreso y que ha sido denominado Ley Doctora Catalina.

La Ley ‘Doctora Catalina’ irrumpe con esa voz rota: este proyecto no es solo de legislación, es un clamor por dignidad, salud mental y humanización de quienes hoy sostienen los servicios de salud con su trabajo, aun a costa de su propio bienestar. El proyecto de ley busca dignificar las condiciones de los médicos residentes en Colombia: limita sus jornadas a un máximo de 12 horas continuas y 60 semanales, establece un contrato laboral formal bajo el Código Sustantivo del Trabajo, crea programas de salud mental, abre canales efectivos de denuncia frente a acoso o maltrato y faculta a las autoridades del sector para sancionar a las instituciones que incumplan; además, incluye incentivos para que los residentes formados en el exterior regresen al país.

¿Será que formar médicos en Colombia implica en algo humillarlos? ¿Será que la excelencia se mide por la capacidad de aguantar el maltrato? ¿Será que la salud de millones de pacientes depende de personas agotadas que apenas si pueden sostener el bisturí? Estoy convencido de lo contrario. Cuidar a los que nos cuidan debería ser el primer mandamiento de cualquier sociedad sensata.

Y, sin embargo, hemos construido un sistema que normaliza la sobrecarga, el acoso y la indiferencia. Que llama “vocación” a lo que muchas veces no es más que explotación. Que cree que un salario de apoyo, sin contrato ni garantías, es suficiente recompensa para quienes sostienen las guardias y las urgencias del país.

La Ley Doctora Catalina no es perfecta, como no lo es ninguna ley. Pero encierra una esperanza: limitar las jornadas, garantizar contratos, abrir canales de denuncia, cuidar la salud mental de los residentes. Encierra, sobre todo, la posibilidad de que un sacrificio tan doloroso como el de Catalina no se repita.

Yo, que he visto llorar residentes que no aguantan más el peso de sus jornadas, que he escuchado a familias enteras agradecer a un residente por salvarles la vida, que comparto mis días con una médica que, a más de salvarme la esperanza, también ha aplazado sus risas por la vida de otro que se va, reconozco también que este país le debe demasiado a esas personas que aprenden mientras cargan sobre sus hombros la salud de todos.

Y claro, cuando la urgencia es tanta, cuando los hospitales rebosan de necesidades, lo más fácil ha sido callar su malestar. Pero, así como hemos normalizado la violencia en otros rincones de la vida nacional, también aquí hemos aprendido a convivir con lo inaceptable.

La Ley Catalina es, en el fondo, un espejo. Nos refleja la contradicción de un país que idolatra a sus médicos en el discurso, pero que los exprime en la práctica. Que en pandemia aplaudía a los trabajadores de la salud pero que luego los ve como androides. Nos retrata, con crudeza, esa mezcla de gratitud y desamparo con la que vivimos todos los días.

Creo, con algo de esperanza, que este proyecto puede ser un primer paso para que dejemos de exigirles a nuestros médicos que mueran en el intento de salvarnos. Y creo, sin duda, que honrar la memoria de Catalina pasa por ejercer la medicina con dignidad, y no con martirio.

Porque así podremos también exigir la formación de médicos que sigan el rumbo que nos señaló el doctor Abad Gómez, ese médico de alma buena y mirada serena que sabía que la medicina, como la vida, debía ejercerse con el coraje de los justos: la ternura.

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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