“Vote por programa, no por personas”

¿Cuántas veces han escuchado esa frase? A mí me devuelve, inevitablemente, a las clases de sociales del colegio. Parafraseada, repetida en distintos tonos y por diferentes emisores, puedo decir que la he escuchado cientos de veces. Y de esas cientos de veces, cientos de veces la he repudiado.

Porque detrás de una frase cliché, con su apariencia postiza de moralmente correcta, se esconde una falacia que se derrumba sola. La democracia y los procesos electorales son demasiado complejos y trascendentales para reducirlos a una especie de ejercicio de mercado: revisar propuestas, filtrarlas y meterlas en un carrito de compras hasta sumar compatibilidad con uno u otro candidato. 

Basta con leer los programas de gobierno: el diagnóstico suele ser, en esencia, el mismo en muchos temas; las metas de ejecución, calcadas; los planes de acción, casi idénticos. Y es lógico: detrás del programa está el tecnócrata que asesora, redacta y acompaña. Pero quien gobierna no es él, es el candidato. Y ese candidato hará con ese insumo lo que quiera o lo que pueda.

Con esto no digo que los programas de gobierno y las políticas públicas carezcan de importancia. Claro que son fundamentales para entender la visión de país que un aspirante ofrece. Pero con ellos no alcanza. En últimas, el ejercicio de gobernar está atravesado por la personalidad de quien llega al poder. Con sus virtudes y sus vicios, con sus obsesiones y sus patologías, con sus fortalezas y miserias, es esa persona la que imprime su sello en la estrategia y el direccionamiento de un país, de un departamento o de una ciudad.

Hace poco, alguien cercano me dijo que iba a votar por cierto candidato porque le parecían buenas sus propuestas. Y yo le respondí: está bien, pero antes pregúntese quién es. ¿Dónde ha militado? ¿Qué cargos ha tenido? ¿Cómo los desempeñó? ¿Qué dicen de él en público quienes lo conocen y han trabajado con él? Y, si es posible, ¿qué dicen en privado?

Porque sí, la persona es fundamental. Para la muestra, un botón: detrás del programa del presidente Gustavo Petro se podían encontrar una que otra propuesta razonable. Pero todos sabíamos —y lo confirma cada día de gobierno— que es un hombre terco, obstinado, populista, ineficaz e ineficiente como administrador. Su estilo personal ha pesado mucho más que cualquier documento de campaña.

De ahí que insista: los programas no gobiernan, gobiernan las personas. Y a ellas hay que mirarlas con lupa. No elegimos un PDF lleno de promesas, elegimos un ser humano con poder. Y de esa elección depende, en buena parte, el rumbo de nuestra democracia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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