La división del país ha traído, entre muchas otras consecuencias, una mirada de desdén hacia el empresariado.
Esa mirada fue encarnada recientemente por un sátrapa —bien conocido en Medellín— que aún pretende ostentar cualquier migaja de poder, así sea meramente simbólico.
En la antigua Grecia, sátrapa significaba protector del reino; hoy, en cambio, el término se usa para aludir a alguien autoritario o corrupto. Y no es casual que así se le perciba: cada vez es más evidente su empeño en sembrar banderas de odio por doquier, como si buscara un reino perdido.
Uno de los episodios más recientes ocurrió en el Congreso Empresarial Colombiano de la ANDI, donde, a modo de visitante inesperado —e indeseado—, apareció en la tarima, cosechando abucheos.
Lo cierto es que esta persona representa la incapacidad de construir con el sector productivo. Y eso es un recordatorio: en las elecciones de 2026 el empresariado jugará un papel determinante.
Los empresarios ya entendieron que no basta con jugar tímidamente. Deben participar activamente en la política, asumir su voz y presencia, y dejar de ser convidados de piedra; porque de lo contrario los titulares y la atención de los llevará cualquier usurpador.
Si realmente quieren incidir en el rumbo del país, tendrán que comprender esos fenómenos políticos que hoy se alimentan del discurso del odio, de la división, e incluso del mismo progreso que ellos han labrado con esfuerzo.
Según el más reciente estudio de Edelman, la confianza en los empresarios sigue siendo alta (63%). Pero esa confianza exige responsabilidad: dejar de ser ingenuos, reconocer que también les interesa estar en la arena política y no disimular —rascándose la nariz o mirando a un costado— cuando se les pregunta si alguno estaría dispuesto a ser candidato.