Llevamos varias semanas en discordias con Perú por el territorio de Santa Clara; sin embargo, a esos roces por soberanía territorial se suma un nuevo conflicto: Estados Unidos contra Venezuela.
4.000 marines en las costas venezolanas, provenientes de Estados Unidos y bajo órdenes directas del presidente Trump para combatir el narcotráfico, tensionan fuertemente las relaciones con Venezuela, que ya ha movilizado 4.5 millones de militantes ante cualquier amenaza.
Nuestro presidente Gustavo Petro, como era de esperarse, ya manifestó apoyo a Venezuela en nombre de la soberanía. Pero la pregunta importante que surge es: ¿qué posición debería tomar Colombia?
Al menos desde el punto de vista económico, tomar distancia de Estados Unidos y apoyar a Venezuela no solo nos arriesga a quedar marginalizados en un eventual conflicto —con la consecuente destinación de recursos frente a un ataque lateral de Estados Unidos— sino que también pone en juego los recursos que Colombia espera recibir en la lucha contra el narcotráfico, actualmente en negociación con Norteamérica.
Involucrarse podría salir muy caro, sobre todo cuando los recursos son limitados y estamos a vísperas de nuevos proyectos de ley tributarios para obtener más ingresos.
Pero… ¿qué tan caro podría salir no involucrarse? Es claro que al presidente Trump poco le importa la soberanía de otros países. Desde su discurso de posesión ha insistido en su intención de apropiarse de territorios y ya ha amenazado directamente a naciones en guerra.
No sorprende que atacar a Venezuela pueda ser solo el primer paso de una ofensiva militar de Estados Unidos contra la soberanía de los países latinoamericanos. Pero, desde la balanza actual, puede ser aún más grave alinearse directamente con el postor equivocado.
Sabemos abiertamente que Nicolás Maduro es un dictador, que ha hecho un enorme daño a Venezuela y ha rechazado la democracia sin disimulo. Asociarnos con él sería enviar un mensaje claro: que estamos contra todo aquel que se oponga a su régimen. Y ahí la balanza entre apoyarlo o no apoyarlo se convierte en una cuestión de costos y beneficios, no para los gobiernos, sino para los pueblos.
Trump es un halcón, aunque a veces se disfrace de paloma. Ha demostrado ser capaz de llevar adelante acciones peligrosas: cuando se trata de petróleo y de sus intereses particulares, el costo internacional le importa poco.
Aunque no me incline por ninguno de los necios presidentes de los que hablamos, en ocasiones el silencio, la cautela y la diplomacia pesan más que la algarabía del conflicto. No se trata de hablar por egos, sino por pueblos; no de defender orgullos, sino familias.
Plantear posturas en guerras ajenas, como si fuéramos salvadores, solo tiene sentido cuando nuestras propias guerras están resueltas. Y la verdad es que hoy Colombia desvía la mirada hacia afuera mientras descuida lo que ocurre adentro. Ojalá nuestro presidente se ocupe más de lo que tiene justo frente a sus ojos en el territorio nacional, y hable con la misma inmediatez sobre ello que la que tiene para pronunciarse sobre lo que ocurre afuera.
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